Oración al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio

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TESTAMENTO ESPIRITUAL

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Cardenal Pironio / Testamento Espiritual

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UN PASO MÁS CAMINO A LOS ALTARES

ROMA: CONCLUYÓ LA FASE DIOCESANA DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN  DEL SIERVO DE DIOS EDUARDO CARDENAL PIRONIO 11 DE MARZO DE 2016  ...

miércoles, 8 de abril de 2015

A Nuestra Señora de la Pascua y de todas las partidas


Señora de la Pascua:
Señora de la Cruz y la Esperanza.
Señora del Viernes y del Domingo,
Señora de la noche y la mañana
Señora de todas las partidas, porque eres la Señora

Escúchanos:
Hoy queremos decirte:
«muchas gracias».

Muchas gracias, Señora, por tu Fiat:
por tu completa disponibilidad de «Esclava».
Por tu pobreza y tu silencio.
Por el gozo de tus siete espadas.
Por el dolor de todas tus partidas que fueron dando la paz a tantas almas.
Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y las distancias
Tú conoces el dolor de la partida porque tu vida fue siempre despedida.
Por eso fuiste y fue fecunda tu vida.



Todo fue por «haber creído» (Lc 1, 45).
Porque le dijiste al Señor que «Sí», en aquel mediodía de los tiempos (Lc 1, 38).
Apenas el Señor bajó a tu pobreza, comenzaron tus partidas. «El ángel se alejó» y Tú te fuiste «sin demora a una montaña de Judá» (Lc 1, 39).

Allí hiciste felices a Isabel, tu prima, y al niño que llevaba en sus entrañas.
Cumplida tu tarea, regresaste sencillamente a tu casa (Lc 1, 56).
Otro día (u otra noche, no sé), cuando esperabas en tu silencio de Nazaret, te llegó otra orden de partida: a Belén de Judea, la ciudad de David (Lc 2, 4) porque allí, en la Casa del Pan, había de nacer el Niño (Miq 5, 2).
Tu partida costosa fue el preanuncio gozoso de la salvación que ya llegaba en la primera Nochebuena de los siglos.

Una noche, inesperadamente, el Ángel del Señor le habló a tu esposo. Y «José se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se fue a Egipto» (Mt 2, 13-14).

Fue la tercera vez que pedían tu partida.

Más tarde, cuando ya te habías acostumbrado a lo provisorio del destierro, otra vez el Ángel del Señor habló a José y le dijo: «Levántate, toma al Niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel» (Mt 2, 20).

Tu vida estaba señalada por las despedidas.

Otra vez, cuando el Niño era ya grande y Tú le habías enseñado a orar, se te quedó misteriosamente perdido en el templo.
Ahora era Él el que partía.
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Y tú no entendiste el sentido total de la partida (Lc 2, 49-50).

Después, en Cana de Galilea, cuando se manifestó el Señor en el primero de sus signos, por hacer bien a los demás, Tú te olvidaste de Ti misma y le pediste que adelantara «la hora» de su partida (Jn 2, 4).

Y Él partió a «llevar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los ciegos la vista, a dar libertad n los oprimidos» (Lc 4, 18).

Mientras tanto, Tú lo acompañabas desde cerca y desde adentro, rumiando en tu Corazón la Palabra que Él iba predicando (Lc 11, 28).

Hasta que llegó la tarde de un viernes en Jerusalén. 
Era la hora de la Pascua y la partida. La noche antes, en el Cenáculo, El celebró la Cena de la despedida.
Era, también la Cena de la amistad y la presencia, de la comunión fraternal y del encuentro.

Amarrado por los hombres a los brazos de una Cruz, Él se descolgó para subir al Padre. Tú mirabas la partida desde abajo y desde cerca, bien serena y fuerte (Jn 19, 25).
El corazón de la Cruz era el punto inicial de su partida. 
Y también de su regreso: «Me voy y volveré a vosotros»

Mezcla extraña de gozo y de tristeza.
«También vosotros ahora estáis tristes, pero yo os volveré a ver y tendréis una alegría que nadie os podrá quitar» (Jn 16, 22).

Señora del Silencio y de la Cruz.
Señora del Amor y de la Entrega.
Señora de la Palabra recibida y de la palabra empeñada,
Señora de la Paz y la Esperanza.
Señora de todos los que parten, 
porque eres la Señora del camino y de la Pascua.

También nosotros hemos celebrado ahora la Cena de la despedida.
Hemos comido contigo el Cuerpo del Señor, hemos partido juntos el Pan de la amistad y unión fraterna.
Nos sentimos fuertes y felices. Al mismo tiempo, débiles y tristes.
Pero nuestra tristeza se convertirá en gozo y nuestro gozo será pleno y nadie nos lo podrá quitar (Jn 16, 20-24).

Enséñanos, María, la gratitud y el gozo de todas las partidas. 
Enséñanos a decir siempre que Sí, con toda el alma.

Entra en la pequeñez de nuestro corazón y pronúncialo Tú misma por nosotros.
Sé el camino de los que parten y la serenidad de los que quedan. 
Acompáñanos siempre mientras vamos peregrinando juntos hacia el Padre.
Enséñanos que esta vida es siempre una partida. 

Siempre un desprendimiento y una ofrenda. 
Siempre un tránsito y una Pascua. Hasta que llegue el tránsito definitivo, la Pascua consumada.
Entonces comprenderemos que para vivir hace falta morir, para encontrarse plenamente en el Señor hace falta despedirse. 
Y que es necesario pasar por muchas cosas para poder entrar en la gloria (Lc 24, 26).

Señora de la Pascua: en las dos puntas de nuestro camino, tus dos palabras:
fíat y magnificat.
Que aprendamos que la vida es siempre un «sí» y un «muchas gracias».

Amén. Que así sea.
+ Eduardo Francisco Cardenal Pironio

A Nuestra Señora de América


Virgen de la esperanza,
Madre de los pobres,
Señora de los que peregrinan: óyenos.

Hoy te pedimos por América,
el continente que tú visitas, con los pies descalzos, 
ofreciéndole la riqueza del Niño que aprietas en tus brazos.

Un niño pobre, que nos hace ricos.
Un niño esclavo, que nos hace libres.

Nuestra Señora de Guadalupe


Virgen de la esperanza: 
América despierta.

Sobre sus cerros despunta la luz
de una mañana nueva.
Es el día de la salvación
que ya se acerca.
Sobre los pueblos que marchaban en tinieblas, 
ha brillado una gran luz.
Esa luz es el Señor 
que tú nos diste,
hace mucho, en Belén, a medianoche.

Queremos caminar en la esperanza.

Madre de los pobres
hay mucha miseria entre nosotros.
Falta el pan material en muchas casas.
Falta el pan de la verdad en muchas mentes.
Falta el pan del amor en muchos hombres.
Falta el Pan del Señor en muchos pueblos.
Tú conoces la pobreza y la viviste.

Danos alma de pobres para ser felices.
Pero alivia la miseria de los cuerpos
y arranca del corazón de tantos
hombres el egoísmo que empobrece.

Señora de los que peregrinan:
Somos el Pueblo de Dios en América.
Somos la Iglesia que peregrina hacia la Pascua.

Que los obispos tengan un corazón de padre.
Que los sacerdotes sean los amigos de Dios para los hombres.
Que los religiosos muestren la alegría anticipada del Reino de los Cielos.
Que los laicos sean ante el mundo testigos del Señor resucitado.
Y que caminemos juntos con todos los hombres y mujeres,
compartiendo sus angustias y esperanzas.

Que los pueblos de América vayan avanzando hacia el progreso
por los caminos de la paz en la justicia.

Nuestra Señora de América:
ilumina nuestra esperanza,
alivia nuestra pobreza,
peregrina con nosotros, hacia el Padre.

Así sea.

+ Cardenal Eduardo Pironio

A Nuestra Señora de la Reconciliación




Mater Ter Admirabilis
Nuestra Señora de la Reconciliación:
Virgen de la fidelidad y del servicio,
de la pobreza y del silencio,
de la nueva creación por el Espíritu.
Madre de los que sufren en la soledad
y buscan en la esperanza.
Señora de los que vuelven a la Casa
y descubren al Padre y al hermano.
Virgen de la Amistad y del Amor,
Señora de la Paz y de la Alianza.
Tú nos diste a Jesús, «el Salvador»,
«el que quita el pecado del mundo»
y lo reconcilia con el Padre por su Sangre.
Él que nos dio la Eucaristía
y nos pidió que nos amáramos.

Gracias por ser así:
Tan sencilla y tan buena,
tan honda en la contemplación
y tan abierta a los problemas de los otros,
tan fiel servidora del Señor
y tan cercana a los hombres
que pecamos.

Gracias por habernos recibido.
Por habernos golpeado el corazón
y enseñado la senda del regreso.
Por habernos serenado en el camino.
Por hacernos sentir que somos hijos.
Olvidamos al Padre que nos ama
y nos hemos encerrado ante el dolor,
la pobreza y la injusticia.

Hoy gozamos
en la paz y la alegría del reencuentro.
Hemos vuelto al Señor que nos libera
y hace nuevos.
Saboreamos adentro su Palabra
y comimos en familia
el Pan de la unidad que da la vida.
De allí nace para todos
el Espíritu de Amor que nos faltaba,
y esa sed de justicia verdadera
que es la raíz de la paz entre los pueblos.

Gracias por todo,
Madre del Camino y la Esperanza.
Gracias por habernos alcanzado
la reconciliación con Dios
y con los hombres en tu Hijo.

Virgen de la Reconciliación:
Muéstranos al Padre cada día
y a Cristo que vive en los hermanos.
Ayúdanos a comprender las exigencias
del Sermón de la Montaña.
Que seamos sal de la tierra,
luz del mundo,
levadura de Dios para la historia.
Enséñanos a vivir sencillamente
la fecundidad de las Bienaventuranzas.
Que seamos pobres y misericordiosos,
limpios de corazón y serenos en la cruz,
hambrientos de justicia y hacedores de la paz.
Que gritemos al mundo
«Dios es nuestro Padre»
y «todo hombre es nuestro hermano».
Que asumamos sus angustias
y esperanzas.
Que enseñemos a los hombres
descreídos y amargados,
que sólo confían en la ciencia
y en las armas,
y viven la explosiva tentación
de la violencia,
que «la paz es posible todavía
porque es posible el amor».

Nuestra Señora de la Reconciliación,
imagen y principio de la Iglesia :
hoy dejamos en tu corazón,
pobre, silencioso y disponible
esta Iglesia peregrina de la Pascua.
Una Iglesia esencialmente misionera
fermento y alma
de la sociedad en que vivimos,
una Iglesia Profética que sea
el anuncio de que el Reino ya ha llegado.
Una Iglesia de auténticos testigos,
insertada en la historia de los hombres
como presencia salvadora del Señor,
y como fuente de Paz,
de Alegría y de Esperanza.
Amén. Que así sea.


+ Eduardo Francisco Cardenal Pironio

Oración a la Virgen de Luján

A Nuestra Señora de Luján 

Virgencita de Luján, 
Madre nuestra y de todos los argentinos, 
Madre de los pobres y de los que sufren, 
Madre de mi sacerdocio: hace cincuenta años yo era consagrado sacerdote, “hombre de Dios” y “servidor de la Iglesia”, aquí mismo, en esta Basílica en este altar, por las manos de tu apóstol, Monseñor Anunciado Serafín. 
En tu corazón pobre, contemplativo y disponible, el Espíritu del Señor me ungía sacerdote con el “aceite de la alegría” (Sal. 44.8). 

Hoy vuelvo como simple peregrino, después de haber hecho tanto camino de amor, de donación y de esperanza, trayendo el alma agradecida y marcada por la cruz pascual de tu Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. 
Vengo a pedirte que me ayudes a dar gracias al Señor por Su fidelidad. “Dios es fiel” (1 Tes. 5,24) 
Siento el peso de Su amor que me dobla las espaldas: siento la alegría inmensa de ser sacerdote. 
Yo te pido que me ayudes a cantar el Magnificat de los pobres, que me prestes tu voz serena y silenciosa para gritar a los hombres, sobre todo a los jóvenes, que soy inmensamente feliz de ser sacerdote: de haber sido elegido por amor, consagrado y enviado. “Como el Padre me amó, yo los he amado a ustedes” (Jn. 15,9). “Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Jn. 20,21). 
¡Cómo he sentido en mi vida la fuerza transformadora del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! 
Mi sacerdocio quedó marcado desde sus comienzos por una honda comunión con la Trinidad Santísima (que habita en nosotros como en un templo), por el Misterio Pascual de Jesús, hecho de muerte y de resurrección, de cruz y de esperanza, por eso he predicado siempre la esperanza; por un profundo amor a la Iglesia misterio de comunión misionera, por eso he amado tanto a la Iglesia. 
Yo te pido, María, que me ayudes a dar gracias a Dios por la Palabra, la Eucaristía, la Reconciliación. 
¡Cómo he sentido tu presencia, oh Madre, cuando predicaba, cuando celebraba, cuando confesaba! 



Te pido me ayudes a dar gracias al Señor por mi familia, cristiana y numerosa, sencilla y trabajadora, por mis padres y mis hermanos y mi hermana. 
¡Cuánto me ayudaron a ser sacerdote! 
Te pido, María, me ayudes a agradecer a Dios el don de los amigos, el don de mis compañeros de curso: algunos ya partieron al Padre, otros siguen viviendo cotidianamente la alegría honda de ser sacerdotes. 
El Señor me regalo maestros sabios, hermanos generosos y amigos verdaderos que me ayudaron a ser fiel. 
¡Qué bien hacen los amigos verdaderos! “No hay amor más grande que el de aquel que da su vida por los amigos…” “Ustedes son mis amigos” (Jn. 15,13-15). 
El sacerdote es el amigo de Dios para los hombres. 
Gracias por haberme enseñado la pobreza, la contemplación y la disponibilidad, el camino misionero y la esperanza, la alegría de la cruz y el camino fecundo del grano de trigo que se entierra para dar frutos en abundancia. 
Señora de Luján: Tú sabes muchas cosas de mi vida que yo no puedo contar ahora. 
Tú sabes que mi propia vida es un milagro de tu intercesión privilegiada. 
Tú curaste a mi madre con el aceite que ardía ante tu lámpara. Tú sabes también que mis cincuenta años de sacerdocio fueron marcados ininterrumpidamente por tu presencia de Madre. 
Ya que lo sabes todo, te pido simplemente que lo presentes a tu Hijo y por tu Hijo al padre en la unidad del Espíritu. 
Nada más, María de Luján y de las pampas, Madre los pobres y los humildes, Nuestra Señora del milagro. 
Gracias por todo, Madre de mi sacerdocio, causa de nuestra alegría y madre de la Santa Esperanza. 
Madre de mi sacerdocio, cuando llegue la hora de mi vuelta al Padre, te pido que me asistas como lo hiciste siempre y me muestres el fruto bendito de tu vientre: Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, el que me ungió con el Espíritu Santo para anunciar a los pobres la Buena Nueva del Reino, el que me consagró sacerdote para siempre, mediador entre Dios y los hombres. 
Muchas gracias, Señora de Luján, Madre de Jesús y madre nuestra, madre de todos los argentinos. 
En tu corazón dejo mis alegrías y mis cruces. 
Dejo mi ofrenda de pobre: lo poco que hice y lo mucho que no supe hacer. 
Dejo mi querido pueblo argentino y mi querida Iglesia que peregrina en la Argentina, la Iglesia Universal que preside Juan Pablo II. 
Desde tu corazón grito al Padre: “Fiat y Magnificat”. 
Que mi vida siga siendo siempre un “sí” a su designio de amor y un “muchas gracias” por sus grandes maravillas obradas en mi sencillez de pobre. 
Amén. 
 + Eduardo Cardenal Pironio

EurHope - Loreto 1995

Peregrinación Europea de Jóvenes "EurHope" 
Santuario Nuestra Señora de Loreto
Vigilia septiembre de 1995

VIDEO

Juan Pablo II hace su entrada triunfal al escenario ubicado en la Bahía de Montorso. Junto al Santo Padre nuestro querido Cardenal Eduardo Pironio organizador del encuentro y Monseñor Pascuale Macchi (obispo de Loreto y antiguo secretario personal del Papa Pablo VI)

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Buenos Aires 1987

Jornada Mundial de la Juventud [11 de abril de 1987]

Video 

Durante la vigilia de la JMJ, en la Avenida Nueve de Julio ante un millón de jóvenes, el Cardenal Pironio viste a  SS. Juan Pablo II con un poncho salteño.
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TESTAMENTO ESPIRITUAL


Tumba del Cardenal Pironio. Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, Basilíca Nuestra Señora de Luján


¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén! 

¡Magnificat!

Fui bautizado en el nombre de la Trinidad Santísima, creí firmemente en Ella, por la misericordia de Dios, gusté su presencia amorosa en la pequeñez de mi alma (me sentí inhabitado por la Trinidad). 
Ahora entro “en la alegría de mi Señor”, en la contemplación directa, “cara a cara”, de la Trinidad. 
Hasta ahora “peregriné lejos del Señor”.  Ahora “lo veo tal cual Él es”. 

Soy feliz ¡Magnificat!

“Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y
vuelvo al Padre”. Gracias, Señor y Dios mío,
Padre de las misericordias, porque me llamas y me esperas. Porque me abrazas en la alegría de tu perdón.

No quiero que lloren mi partida. “Si me amáis, os alegréis: porque me voy al Padre”. Sólo le pido que me sigan acompañando con su cariño y oración y que recen mucho por mi alma.

¡Magnificat! 
Me pongo en el corazón de María, mi buena Madre, la Virgen Fiel, para que me ayude a dar gracias al Padre y a pedir perdón por mis innumerables pecados.

¡Magnificat! 
Te doy gracias. Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor para la Vida. 
La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mi Verdad y mi Camino.

¡Magnificat! 
Doy gracias al Padre por el don inapreciable de mi Bautismo que me hizo hijo de Dios y templo vivo de la Trinidad. Me duele no haber realizado bien mi vocación bautismal a la santidad.

¡Magnificat! 
Agradezco al Señor por mi sacerdocio. Me resentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia. 
El Señor fue bueno conmigo. 
Que las almas que hayan recibido la presencia de Jesús por mi ministerio sacerdotal, recen por mi eterno descanso. 
Pido perdón, por toda mi alma, por el bien que he
dejado de hacer como sacerdote. Soy plenamente conciente de que ha habido muchos pecados de
omisión en mi sacerdocio, por no haber sido yo generosamente lo que debiera frente al Señor. 

Quizás ahora, al morir, empiece a ser verdaderamente útil: “Si el grano de trigo… cae en tierra y muere, entonces produce mucho fruto”. 
Mi vida sacerdotal estuvo siempre marcada por tres amores y presencias: el Padre, María Santísima, la Cruz.

¡Magnificat! 
Doy gracias a Dios por mi ministerio de servicio en el Episcopado. ¡Qué bueno ha sido Dios conmigo! He querido ser “padre, hermano y amigo” de los sacerdotes, religiosos y religiosas, de todo el Pueblo de Dios.

He querido ser una simple presencia de “Cristo, Esperanza de la Gloria”. 
Lo he querido ser siempre, en los diversos servicios que Dios me ha pedido como Obispo: Auxiliar de la Plata, Administrador Apostólico de Avellaneda, Secretario General y Presidente del CELAM, Obispo de Mar del Plata y luego, por disposición del Papa Pablo VI, Prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y finalmente, por benigna disposición del Papa Juan II, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.

Me duele no haber sido más útil como Obispo, haber defraudado la esperanza de muchos y la confianza de mis queridísimos Padres los Papas Pablo VI y Juan Pablo II. 

Pero acepto con alegría mi pobreza. Quiero morir con un alma enteramente pobre.

Quiero manifestar mi agradecimiento al Santo Padre, Juan Pablo II, por haberme confiado, en abril de 1984, la animación de los fieles laicos. De ellos depende, inmediatamente, la construcción de la “civilización del amor”. Los quiero enormemente, los abrazo y los bendigo, y agradezco al Papa su confianza y su cariño.

¡Magnificat! 
Doy gracias a Dios, que por el Santo Padre Pablo VI, me ha llamado ha servir la iglesia Universal en el privilegiado campo de la vida consagrada. 
¡Cómo los quiero a los Religiosos y Religiosas y a todos los laicos consagrados en el mundo! ¡Cómo pido a María Santísima por ellos! ¡Cómo ofrezco hoy con alegría mi vida por su fidelidad! 

Soy Cardenal de la Santa Iglesia. Doy gracias al querido Santo Padre Pablo VI por este nombramiento inmerecido. Doy gracias al Señor por haberme hecho comprender que
el Cardenalato es una vocación al martirio, un llamado al servicio pastoral y una forma más honda de paternidad espiritual. 
Me siento así feliz de ser mártir, de ser pastor, de ser padre.

¡Magnificat! 
Agradezco al Señor el privilegio de su Cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho.
Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mi cruz. 
Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda. 
Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque ha sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho. 
¡Yo sí pido perdón, con toda mi alma, porque hice sufrir a tantos!

¡Magnificat! 
Agradezco al Señor que me haya hecho comprender el Misterio de María en el Misterio de Jesús y que la Virgen haya estado tan presente en mi vida personal y en mi ministerio. A ella le debo todo. 
Confieso que la fecundidad de mi palabra se la debo a Ella. Y que mis grandes fechas –de cruz y de alegría- siempre fueron fechas marianas.

¡Magnificat! 
Agradezco al Señor que mi ministerio se haya desarrollado casi siempre, de un modo privilegiado, al servicio de sacerdotes y seminaristas, de religiosos y religiosas y últimamente de los fieles laicos. 
A los sacerdotes a quienes, en mi largo ministerio, pude hacerles algo de bien les ruego la caridad de una Misa por mi alma. 
A todos les agradezco el don de la amistad sacerdotal. A los queridos seminaristas –a todos los que Dios puso un día en mi camino- les auguro un sacerdocio santo y fecundo:
que sean almas de oración, que saboreen la cruz, que amen al Padre y a María. 
A los queridísimos religiosos y religiosas, “mi gloria y mi corona”, les pido que vivan con alegría honda su consagración y su misión. 
Lo mismo les digo a los queridísimos laicos consagrados en la providencial llamada de los Institutos Seculares. 
A todos les pido que perdonen mis malos ejemplos y pecados de omisión.

¡Magnificat! 
Doy Gracias a Dios por haber podido gastar mis pobres fuerzas y talentos en la entrega a los queridísimos laicos, cuya amistad y testimonio me han enriquecido espiritualmente. 
He querido mucho a la Acción Católica.
Si no hice más es porque no he sabido hacerlo. 
Dios me concedió trabajar con los laicos desde la niñez campesina de Mercedes (Argentina) hasta el Pontificio Consejo para los Laicos.

¡Magnificat!
Pido perdón a Dios por mis innumerables pecados, a la Iglesia por no haberla servido más generosamente, a las almas por no haberlas amado más heroica y concretamente. Si he ofendido a alguien, le pido que me perdone: quiero partir con la conciencia tranquila. 
Y si alguien cree haberme ofendido, quiero que sienta la alegría de mi perdón y de mi abrazo fraterno.

Agradezco a todos su amistad y confianza. Agradezco a mis queridos padres – a quienes ahora encontraré en el cielo - la fe que me transmitieron. Agradezco a todos mis hermanos su compañía espiritual y su cariño, especialmente a mi hermana Zulema.

Amo con toda mi alma al Papa Juan Pablo II, le renuevo mi eterna disponibilidad, le pido perdón por todo lo que no supe hacer como Prefecto para la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y como Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.

Dios es testigo de mi absoluta entrega y de mi total buena voluntad. 
Le agradezco la delicadeza y la bondad de haberme querido
nombrar Cardenal Obispo de la Diócesis Suburbicaria de Sabina Poggio Mirteto.

Renuevo a las queridas Siervas de Cristo Sacerdote, que me acompañaron durante tantos años, toda mi gratitud, mi cariño paternal y mi profunda veneración por su vocación específica, tan providencial en la Iglesia. 
Las quiero mucho, rezo por ellas y las bendigo en Cristo y María Santísima.

Agradezco a mi querido y fiel Secretario el R. P. Fernando Vérgez, Legionario de Cristo, su cariño y su fidelidad, su compañía tan cercana y eficaz, su colaboración, su paciencia y su bondad.

Pido que hagan celebrar misas por mí y rezar por mi alma y las de tantos por quienes nadie se acuerda.
De un modo especial quiero que hagan rezar por la santificación de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas y de todas las almas consagradas.

Quiero morir tranquilo y sereno: perdonado por la misericordia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y comprensión de mis hermanos. 
No tengo ningún enemigo, gracias a Dios, no siento rencor ni envidia a nadie.

A todos les pido me perdonen y recen por mí.

¡Hasta reunirnos en la Casa del Padre! 
¡Los abrazo y bendigo con toda mi alma por última vez en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! 

Los dejo en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel. 
¡Ave María! 
A Ella le pido: “Al final de este destierro muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús”.


+ Eduardo Card. Pironio


Roma, 11 de febrero de 1996 

Causa de Canonización

Historia de la Causa de Beatificación 
y Canonización


Cardenal Pironio - Cuadernos Pastores 


Al cumplirse 5 años de su fallecimiento, la Conferencia Episcopal Argentina, en su Asamblea Plenaria de noviembre de 2003, decidió abrir la causa de beatificación y Canonización del Card. Eduardo Francisco Pironio y ser ella el actor principal de la misma.
En el mes de abril de 2005 la causa fue introducida en el tribunal eclesiástico del Vicariato
de Roma y se designó Postulador al Padre Giuseppe Tamburrino, monje benedictino y
sacerdote de la Abadía de Praglia, Italia.
Obtenido el parecer favorable a la admisión de la causa por parte de la Conferencia
Episcopal del Lacio, el Cardenal Camilo Ruini, el 13 de junio emite el Edicto para poner en conocimiento de la comunidad eclesial la solicitud de la causa y solicitar noticias sobre la fama de santidad del Siervo de Dios. El texto completo del edicto, firmado por el cardenal Camillo Ruini, vicario general, y Giuseppe Gobbi, notario, dice así:

“El 5 de febrero de 1998 murió en Roma el siervo de Dios Eduardo Francisco Pironio, cardenal de la santa  Iglesia romana.
El siervo de Dios, hombre de profunda cultura teológica y espiritual, a través de su servicio al Señor y a la  santa Iglesia en los diversos ministerios a los que fue llamado, y con su participación personal en el  sufrimiento y en la cruz de Cristo en varias circunstancias de su vida, testimonió su gran fe en Dios con la  alegría de ser su consagrado y con el deseo constante de comunicarla a los jóvenes de hoy.
Habiendo aumentado cada vez más, con el paso de los años, su fama de santidad, y habiéndose solicitado formalmente incoar la causa de beatificación y canonización del siervo de Dios, al darla a conocer a la comunidad eclesial, invitamos a todos y cada uno de los fieles a comunicarnos directamente o enviar al Tribunal diocesano del Vicariato de Roma (plaza S. Giovanni in Laterano, 6–00184 Roma) todas las noticias  que, de cualquier manera, puedan proporcionar elementos favorables o contrarios a la fama de santidad de dicho siervo de Dios.
Además, debiéndose recoger, a tenor de las disposiciones legales, todos los escritos a él atribuidos, ordenamos, con el presente Edicto, a todos los que posean alguno, que envíen con la debida solicitud a dicho Tribunal cualquier escrito que tenga como autor al siervo de Dios, si no ha sido ya entregado a la Postulación de la causa.
Recordamos que con el nombre de escritos no sólo se entienden las obras impresas, que por lo demás ya han sido reunidas, sino también los manuscritos, los diarios, las cartas y cualquier otra escritura privada del siervo de Dios. Los que deseen conversar los originales, pueden presentar una copia debidamente autenticada.
Establecemos, por último, que este Edicto permanezca fijado durante dos meses en las puertas del Vicariato de Roma, así como en las de la Curia de La Plata (Argentina), y que sea publicado en la Revista diocesana de Roma y en los diarios L’Osservatore Romano y Avvenire.”

Dado en Roma, en la sede del Vicariato, el 13 de junio de 2005.