Oración al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio

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Cardenal Pironio / Testamento Espiritual

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martes, 1 de enero de 2019

MEDITACIÓN SOBRE LA ALEGRÍA

LA ALEGRÍA DEL CORAZÓN

“Un corazón alegre es la vida del hombre y el gozo alarga el número de sus días”  (Eclo. 30, 22).


He abierto la Sagrada Escritura buscando un tema para proponer a la vida consagrada como principio de meditación y oración. Salió, sin pensarlo, la página del Sirácida en que senos habla de “la alegría del corazón” (Eclo 30, 21–25). 

Me pareció providencial. Hoy hace falta que nos hablen de la alegría; pero de la alegría profunda y duradera, la que nace de la contemplación y la cruz, la que es fruto del amor, de ese amor de Dios que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). San Pablo enumera esta alegría entre los primeros frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz” (Gál 5, 22).

Los que hemos nacido de Dios –los que somos hijos y experimentamos el amor del Padre– no tenemos derecho a vivir en la tristeza. Mucho menos lo tenemos los que hemos sido particularmente alcanzados por Cristo Jesús (Flp 3, 12), es decir, providencialmente amados y consagrados para testificar el amor.

I

“No dejes que la tristeza se apodere de ti ni te atormente en tus cavilaciones” (Eclo 30, 21). 
Se me ocurre que la tristeza se apodera de nosotros cuando nos falta oración o cuando nos encerramos peligrosamente en nosotros mismos. Los discípulos de Emaús “conversaban y discutían” entre ellos, pero algo impedía que sus ojos reconocieran a Jesús que caminaba con ellos: “se detuvieron con el semblante triste” (Lc 24, 15–17). 
La tristeza enturbia los ojos de la fe y nos impide ver a Jesús que camina con nosotros, que está dentro de nosotros, nos habla y nos sostiene. 
El Apóstol Santiago nos da una receta práctica, de efectos inmediatos: “Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos” (Sant 5, 13). La oración serena y hace fuertes –porque el Señor está allí–, nos ilumina por dentro y dilata el corazón. Por eso los contemplativos poseen el secreto de la verdadera alegría.

“Aparta lejos de ti la tristeza, porque la tristeza fue la perdición de muchos y no se saca de ella ningún provecho” (Eclo 30, 23). 
La tristeza aprisiona el corazón y lo paraliza.