II Forum
Internacional de Jóvenes
Discurso
de Apertura - Santiago de Compostela, 13 de agosto de 1989
"El
Dios de la esperanza os colme de toda alegría y paz en vuestra fe,
hasta
rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm.
15,13).
Con
estas hermosísimas palabras de San Pablo a los cristianos de Roma
-hechas augurio y oración- yo quiero saludar esta mañana, en
Santiago de Compostela, a los jóvenes de todo el mundo presentes en
el Foro que iniciamos.
Es
un augurio de paz,
de alegría
y de esperanza.
Yo sé que muchos de ustedes vienen de países conflictuados y
violentos, donde es difícil la paz, donde no puede gustarse la
alegría y donde la esperanza es casi imposible humanamente
proclamarla. Por eso pido al Señor que les conceda -para luego transmitir a los demás- una serenidad interior que es fruto del amor,
una alegría profunda e inalterable que es fruto de la cruz pascual y
una esperanza teologal inquebrantable que es fruto de la experiencia
del amor del Padre y de la permanente presencia de Jesús resucitado
por la potencia del Espíritu. Paz, alegría y esperanza.
La
esperanza es,
precisamente, lo que tiene que ir afirmándose entre nosotros estos
días. Como fruto de una verdadera comunión fraterna, de una
solidaridad con los sufrimientos de los otros y como seguridad de que
Cristo resucitó y sigue haciendo el camino con nosotros. "Resucitó
Cristo nuestra esperanza". "Yo estaré con vosotros hasta
el fin del mundo. ¿Seremos capaces, al final, de "dar razón de
la esperanza", que hay en nosotros a los que nos la pidan?
¿Surgirán de aquí -para el mundo atormentado en que vivimos-
jóvenes nuevos que sepan ser testigos del amor de Dios y profetas de
esperanza? Yo estoy seguro que sí. El texto de San Pablo dice que
hay que "rebosar de esperanza"; es decir, contagiarla desde
nuestra plenitud interior. El Foro Internacional -a través de la
reflexión personal y compartida, del testimonio y del diálogo, de
la oración y la convivencia silenciosa- tiene que convertirse en
"generador de esperanza". Pero de esa "esperanza que
no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm.
5,5).
Y
es precisamente, el
Espíritu Santo,
quien tiene que obrar en este Foro. Pablo habla de "la
fuerza del Espíritu Santo".
Esta fuerza se traduce, para nosotros, en tres actitudes
fundamentales: la escucha de la Palabra de Dios, en el silencio, la
oración contemplativa y el diálogo; la alegría de la comunión
fraterna que asegura la presencia del Resucitado ("donde están
dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos",
Mt. 18,20); y la total disponibilidad para la conversión: que el
Espíritu de Pentecostés nos haga "un solo corazón y una sola
alma", nos dé sabiduría, coraje y capacidad de amar hasta dar
la vida. ¿Será este un Foro de escucha y de fidelidad al Espíritu?
Ciertamente
que sí si es un Foro celebrado en la búsqueda de nuestra
fe: fe confesada y
madurada en la existencia cotidiana, fe compartida en el dolor y la
esperanza, fe proclamada en el testimonio silencioso y en el anuncio
explícito de Jesús resucitado. Precisamente el Foro tiende a eso: a
profundizar nuestra fe en el silencio y la oración, en el testimonio
y la reflexión, en la amistad y el compromiso. Para comunicarnos
luego un fuerte espíritu misionero y comprometernos en una nueva
evangelización. El
Camino de Santiago es siempre un camino de fe proclamada, acogida y
anunciada. Es el camino de los testigos, de los mártires, de los
profetas. "He visto al Señor y me ha dicho tales cosas"
(cfr. Jn. 20,18). Ciertamente, de todo el Camino de Santiago, de las
Jornadas previas a la llegada del Santo Padre, del encuentro con el
Papa y de este Foro tienen que salir jóvenes fuertemente
comprometidos en una nueva
evangelización y
en la construcción de la civilización
del amor.
***
La
idea del Foro nació en Buenos Aires, a principios de 1987, por
expreso pedido de los jóvenes.
El
encuentro mundial con el Papa, si quería ser fructuoso, tenía que
ser preparado por unos días de diálogo y profundización entre los
mismos jóvenes. Y es esto lo que ahora pretendemos: sentarnos a
escuchar al Señor en la oración, abrir el corazón al Espíritu de
Dios que nos reúne y nos habita, escuchar en la amistad el riquísimo
testimonio de los otros, profundizar en la Palabra de Dios y en el
Magisterio de la Iglesia, comunicarnos coraje y esperanza, aumentar
nuestra fe y animar nuestra caridad, comprometernos juntos a
evangelizar y a cambiar el mundo.
Esto
exige una mirada de fe sobre la situación actual -particularmente en
lo que atañe al mundo juvenil- con realismo evangélico y
perspectiva de esperanza. Lo más concreto e internacional posible.
Por eso no se trata de largos discursos ni conferencias magistrales:
sólo algunas orientaciones fundamentales que introduzcan el diálogo,
el testimonio, la reflexión personal y comunitaria.
Tampoco
se trata de sacar necesariamente conclusiones (las recogeremos
ciertamente si las hay, y yo espero que las haya) ni de redactar
necesariamente un mensaje (también lo haremos si nace con madurez de
la reflexión y del diálogo, pero no perdamos la serenidad y
profundidad del Foro con la tensión de publicar algo). El Foro se
realiza con poquísima gente (es natural, si pretendemos la
comunicación y el diálogo), pero sus frutos tendrán que llegar
después a todo el mundo juvenil. No es una discusión pública
abierta a todos los temas y a todas las intervenciones. Luego, se
podrían multiplicar en los diversos países y continentes, según la
problemática y la cultura diferentes.
El
tema será esencialmente Cristo Camino, Verdad y Vida. Siempre en
perspectiva de la "nueva evangelización. Se ha hecho ya un
largo camino de preparación, en la reflexión personal y
comunitaria, en las diferentes Iglesias particulares, en las diversas
asociaciones, comunidades, grupos y movimientos. Ahora se trata de
poner en común las reflexiones realizadas y compartir las
experiencias vividas. Tres días son muy poco para profundizar un
tema; se trata, más vale, de compartirlo con sencillez y serenidad.
Lo importante, en estos días, es la comunión fraterna y la amistad
sencilla y verdadera; el realismo sereno de la participación y el
testimonio; y, sobre todo, la apertura interior al Espíritu Santo en
la profundidad de la oración, en la escucha humilde de los otros, en
la reflexión personal, en la lectura evangélica de los nuevos
signos de los tiempos, en la penetración gustosa de la Palabra de
Dios y del Magisterio de la Iglesia.
Nos
acompañe el Apóstol Santiago, a cuya tumba hemos peregrinado en la
esperanza; nos ayude María, la Virgen orante, la Estrella de la
Evangelización, que supo acoger la Palabra y entregarla. Y, sobre
todo, nos inspire y nos haga fieles el Espíritu del Señor
resucitado.
+
Eduardo F. Card. Pironio