V Encuentro Nacional de Sacerdotes
Villa Cura Brochero, Córdoba, Argentina, Septiembre de 2008
En esta primera entrega el trestimonio de su Secretario Privado, el P. Fernando Vergez, LC, y luego un reportaje con anécdotas inéditas.
- Ver aqui el informe detallado del V Encuentro Nac. de Sacerdotes
- Entrevista al Padre Fernando Vérgez: aqui
- Fuente: Revista Pastores n°43, diciembre de 2008. Disponible aqui
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"Ha sido un líder espiritual que hizo escuela"
[Testimonio, Pbro . Fernando Vérgez, L.C. Director De las telecomunicaciones de la Santa Sede – Vaticano, durante 23 años secretario personal del Card. Pironio]
El Cardenal Pironio y su secretario Padre Fernando Vérgez Alzaga |
“Fue testigo de la fe valiente que sabe fiarse de Dios, incluso cuando, en los designios
misteriosos de su Providencia, permite la prueba” “Sí, este venerado hermano nuestro
creyó con fe inquebrantable en las promesas del Redentor”
“Dio testimonio de su fe en la alegría:
alegría de ser sacerdote y deseo constante de «transmitirla a los jóvenes de hoy,
como mi mejor testamento y herencia”.
(Juan Pablo II, Homilía 8 de febrero de 1998).
de San Pedro el 8 de febrero de 1998, precisamente hace 10 años.
Quiero agradecer a Mons. Franzini y a toda la Comisión de Ministerios de la Conferencia Episcopal por la iniciativa de tener este Encuentro Nacional Sacerdotal centrado en la figura y en la espiritualidad sacerdotal del Siervo de Dios Cardenal Eduardo Francisco Pironio en este año en que celebramos el 10º aniversario de su fallecimiento, o mejor como él solía decir de su entrada “en la alegría de mí Señor”, en la contemplación directa, “cara a cara”, de la Trinidad”.
El Señor me concedió la gracia de poder convivir y colaborar con Él como secretario.
Cada día que pasa mi convicción de su santidad de vida se afianza y es más profunda.
Muchas cosas o detalles que en su momento me pasaban desapercibidas o no les dí importancia, hoy al reconsiderarlas veo claramente que eran muestras de su santidad y de la gracia con que Dios le iluminaba. El día de su fallecimiento, sentí profundamente que perdía un padre, un hermano y un amigo, pero cada día aumenta en mí la certeza de tener un gran intercesor ante el Padre.
Es la seguridad de las últimas palabras con las que se despidió “Fernando, cualquier cosa que necesites, pídemela al cielo”.
Me parece providencial el hecho de que el Proceso de Beatificación y Canonización del Cardenal se realice en concomitancia con las Causas de tres Sumos Pontífices, Paolo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, a los que él estaba unido por reverente e íntima amistad, y con los que colaboró directamente como Responsable de dos Dicasterios de la Curia romana.
Eduardo Francisco Pironio nace en Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, el de diciembre de 1920, último de hijos, de Giuseppe Pironio y Enrica Rosa Buttazzoni.
La suya fue una familia de inmigrados, de modestas condiciones, procedente de Percoto, Friuli.
“Aprendió su fe en las rodillas de su madre, mujer de formación cristiana sólida, aunque sencilla, que supo imprimir en el corazón de sus hijos el genuino sentido evangélico de la vida”.
El mismo Cardenal contaba que en su familia había algo de milagroso:
«Cuando nació su primer hijo, mi madre tan sólo tenía 18 años y se enfermó gravemente. Cuando se recuperó, gracias a la unción del aceite de la lámpara que arde ante la imagen de Nuestra Señora de Luján, los médicos le dijeron que no podría tener más hijos, pues, de lo contrario, su vida correría un grave riesgo. En ese tiempo se encontraba en Nueve de Julio en visita pastoral el obispo auxiliar de La Plata, Mons. Alberti. La Señora Pironio le expuso su caso, pidiendo su bendición. Mons. Alberti le dijo: “Los médicos pueden equivocarse. Usted póngase en las manos de Dios y cumpla con sus deberes de madre y de esposa”. Mi madre desde entonces dio a luz a otros 1 hijos —yo soy el último—, y vivió hasta los 8 años. Pero lo mejor no acaba aquí, pues años después fui nombrado obispo auxiliar de La Plata, precisamente en el cargo de aquel que había bendecido a mi madre. El día de mi ordenación episcopal —prosigue el cardenal Pironio— el arzobispo me regaló la cruz pectoral de aquel obispo, sin saber la historia que había detrás. Cuando le revelé que debía la vida al propietario de aquella cruz, lloró».
El Papa Juan Pablo II, en la homilía de la misa del funeral del Cardenal, después de narrar esta historia, comentó: “He querido referir este episodio, narrado por el mismo cardenal, porque pone de manifiesto las razones que sostuvieron su camino de fe. Su existencia fue un cántico de fe al Dios de la vida. Lo dice él mismo en su Testamento espiritual: «¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la vida, como fuiste siempre mi verdad y mi camino! ».
En 1932 ingresa en el Seminario San José de La Plata como seminarista de la Diócesis de Mercedes. Es ordenado sacerdote en la basílica de Nuestra Señora de Luján el 5 de diciembre de 194 e inicia su actividad pastoral como profesor de latín, y posteriormente de Filosofía y de Teología en el Seminario Pio XII de Mercedes. En 195 viaja a Roma para completar sus estudios de Teología en el Pontificio Ateneo Angelicum, hoy Pontificia Universidad de Santo Tomás y hace su tesis sobre la “Filiación Divina en Don Columba Marmion”.
En 1958 es nombrado Vicario general de la misma Diócesis de Mercedes y Profesor de Teología en la naciente Universidad Católica de Buenos Aires. En 1960 es nombrado Rector del Seminario Metropolitano de Villa Devoto de Buenos Aires, era el primero rector del clero secular después de siglos de gestión de los PP. Jesuitas.
Fue Visitador Apostólico de las Universidades Católicas de Argentina y Decano del Instituto, luego Facultad, de Teología de la Universidad Católica de Buenos Aires.
Cardenal Eduardo Pironio - Cuadernos Pastores (2008) |
Mons. Pironio participó en el Concilio Ecuménico, en la primera sesión como ‘Observador’, en la segunda como ‘Perito’, y como Padre conciliar en las dos últimas sesiones.
Durante estos años fue Asesor Nacional de la Acción Católica Argentina. El Papa lo nombró Miembro del Secretariado para los No-creyentes y entró a formar parte de la
Comisión Episcopal para los Seminarios del Consejo Episcopal latinoamericano.
En 1966 Mons. Pironio fue nombrado Administrador Apostólico de Avellaneda sustituyendo al depuesto obispo Mons. Podestà.
En 1967 es elegido Secretario general del CELAM y en 1968 el Papa Paolo VI lo nombra Secretario General de la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín.
El 19 de abril 197 Mons. Pironio es nombrado obispo residencial de Mar del Plata, y toma posesión de la diócesis el 6 de mayo.
En noviembre de ese mismo año es elegido Presidente del CELAM, cargo para el que fue reelegido en 1974.
En 1974 el Papa Pablo VI lo llama a predicar los Ejercicios Espirituales a la Curia Romana.
“En 1975 Pablo VI lo escogió como colaborador, encomendándole la Congregación para los religiosos e institutos seculares, y en 1976 lo elevó a la dignidad cardenalicia. Yo mismo, el 8 de abril de 1984, lo llamé a dirigir el Consejo pontificio para los laicos, donde estuvo hasta el 20 de agosto de 1996, trabajando siempre con juvenil entusiasmo y profunda competencia”.
“Así, su servicio a la Iglesia fue asumiendo, poco a poco, una dimensión cada vez más amplia y universal: primero una diócesis en Argentina; luego, el continente latinoamericano; y, sucesivamente, llamado a la Curia romana, toda la comunidad católica”. (JP II, homilía 1998)
Cuando en septiembre de 1975 el Papa Pablo VI lo llama a colaborar con él en el servicio a la Iglesia Universal, el entonces Mons. Pironio recibe una carta del Card. Villot en la que el Secretario de Estado le escribe:
“Hoc erat en votis”! El Santo Padre ha tomado un tiempo de reflexión, de oración: no quería privar al Celam de su presidente, ni a la Argentina de un Obispo en el que él tiene plena confianza. ¡Pero la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares es hoy muy importante! Lo que para Usted es un gran sacrificio (hablo también por experiencia, habiendo dejado una gran Diócesis), para el Papa y para nosotros es una alegría que no puedo expresar, una esperanza para la Iglesia. Usted tendrá mucho trabajo, tendrá que orientar, animar... a veces también que rectificar con paciencia y caridad. Además, tomará parte en nuestro trabajo de Curia, primero como Pro-prefecto, luego -dentro de pocos meses - como Cardenal Prefecto. ¡Demos gracias a Dios! .... El Año Santo es un bellísimo movimiento espiritual, que conforta al Santo Padre. Pero su nombramiento es una gracia del Año Santo”.Al comenzar su ministerio en Roma escribe en su diario:
“8 de diciembre. ¡Fiesta de la Inmaculada! Hoy comienza oficialmente mi vida y mi ministerio en Roma, junto al Sto. Padre. Acabo de celebrar con él la Misa en San Pedro. Una emoción muy honda, muy de fe, aunque poco sensible. Necesito estar a solas y orar más. Fueron 2 horas de larga y silenciosa contemplación del Misterio de la Iglesia en María. ¡El Papa me ha llamado a trabajar a su lado! No sé nada, ni puedo nada. Pero me entrego como María: “Sí, soy el servidor del Señor: que se haga en mí según tu Palabra”. Hace 2 días que llegué a Roma. Me cuesta mucho acostumbrarme. Todos me reciben con cariño. Sobre todo, todos me esperan con esperanza. Creen que voy a cambiar el mundo y la Iglesia. Me creen sabio y santo, equilibrado y abierto, simple y pobre. ¡Qué equivocados todos! Pero quiero serlo, Señor. Quiero serlo, María. Yo confío en Ti. Me pongo filialmente en tus manos. Quiero ser fiel y vivir la Iglesia, amar a Cristo, servir al hombre. ¡Cómo me costó dejar la diócesis y el Celam, la familia y la patria, los amigos y parientes! Ahora estoy solo en la ruta: pero el Señor está conmigo. ¡Qué confianza!”Como Prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada participa incansablemente en reuniones y en Asambleas de religiosos, en Capítulos Generales, visita numerosas comunidades y Centros de estudio en los diferentes continentes.
V Encuentro Nacional de Sacerdotes - Villa Cura Brochero - 2008 |
Me ha tocado “conducir la Congregación para los Religiosos en el momento en que la cresta de las olas se había levantado. Estábamos en pleno período post-conciliar y justo entonces comenzó la renovación de todas las Reglas y Constituciones de las órdenes y congregaciones religiosas, con todas las tensiones que esto trajo consigo”.
La mayor parte de estos documentos renovados llevan la firma de Pironio.
Un sucinto recuento de las actividades del Cardenal en su calidad de Prefecto, nos puede dar una idea de su amplio e intenso servicio de animación: Presidió seis Plenarias de la Congregación.
Fruto de estas Plenarias fueron algunos importantes documentos. Participó en 40 sesiones del Consejo de los “16”.
Otorgó el nihil obstat para la erección de 49 Institutos de derecho diocesano y concedió el reconocimiento pontificio a 102 Institutos religiosos.
Fueron aprobadas más de 70 Constituciones renovadas; erigidas 47 federaciones de Monjas; aprobados 18 nuevos Institutos seculares de derecho diocesano y con carácter pontificio otros institutos. Participó en 1 6 Capítulos Generales.
Visitó 9 países de todos los continentes.
No hubo foro importante en el que no se hiciera presente: Asambleas USG y UISG y de Superiores Mayores; Asambleas continentales:
Las Interamericanas, las Asambleas Generales de la CLAR y alguna de las reuniones de la incipiente U.C.E.S.M y de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares. Escribió muchos artículos y fue frecuente su participación con conferencias en Congresos y Semanas de vida consagrada y vocacionales. También fueron numerosas las tandas de ejercicios a religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa.
Y a esto hay que añadir un ingente número de homilías o reflexiones pronunciadas en las más diversas ocasiones.
Después de su elevación a la dignidad cardenalicia, Pablo VI lo nombró miembro de las
Congregaciones para los Obispos, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para la Educación Católica, para las Iglesias Orientales, para la Evangelización de los Pueblos, del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia (hoy ª Sección de la Secretaría de Estado), del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos y de la Pontificia Comisión para América latina.
Mons. Pironio participó en todos los Sínodos de los Obispos, ordinarios, extraordinarios y especiales, celebrados desde su institución después del Concilio hasta su muerte.
Numerosas y de notable importancia pastoral y doctrinal fueron sus intervenciones en las Asambleas sinodales, todas atribuibles a una visión atenta y al mismo tiempo confiada de los fermentos que recorrieron la Iglesia y, más en general, el mundo moderno. Por su fecunda experiencia de trabajo en el Celam, pudo ofrecerles a los Padres sinodales una rica gama de conocimientos sobre la situación y sobre las particulares exigencias de la Iglesia latinoamericana.
El 8 de abril de 1984 Juan Pablo II lo nombra Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos:
“En aquel entonces me pareció, como pareció a muchos - dirá en el 1995 el Cardenal- de haber sido degradado a un encargo de serie B. En cambio he descubierto de haber ‘sido promovido’ al estado laical. Los laicos en efecto forman la mayoría del pueblo de Dios. Y luego el Papa dándome este nuevo encargo me ha invitado a continuar cuanto ya hice en la Congregación para los Religiosos. En este Pontificio Consejo he podido trabajar para que los grandes movimientos eclesiales, que son un verdadero regalo de Dios y una gracia del Espíritu Santo, puedan introducirse armoniosamente y se sientan acogidos en la vida de las Iglesias locales. Estoy contento de poder acabar mi servicio a la Iglesia en un trabajo a contacto con los laicos, justo como cuando inicié mi ministerio, hace muchos años.”En el Pontificio Consejo para los Laicos se empeño en comunicar a los laicos que son parte de la Iglesia y que por el propio bautismo tienen una misión propia en la Iglesia.
Frecuentemente escribe sobre la espiritualidad del fiel laico, sobre la formación cristiana del laico. Trata con conferencias y viajes de difundir el mensaje de la Exhortación Apostólica Christifideles laici.
En su testamento nos dice que ha vuelto al final de su vida a retomar el ministerio con los laicos donde comenzó su ministerio sacerdotal.
En 1956 publica un artículo titulado “La importancia de nuestra hora”, en el que con clarividencia escribe cuanto años después el concilio Vaticano II en la Apostolicam Actuositatem nos dirá y que hoy más que nunca tiene urgente validez.
“La misión de los cristianos hoy es volver a poner a Dios en el ritmo de la historia. Volver a ponerlo en la economía, en el derecho, en la cultura, en la política, en la vida profesional, social y familiar. En una palabra, volver a ponerlo en el campo de las tareas temporales. El gran pecado de hoy es haber ausentado a Dios de las tareas temporales y haberlas profanizado todas. Ante esta posición del cristiano, importan dos actitudes fundamentales: una apertura a Dios y otra de presencia en el mundo en que se vive. Las dos actitudes van juntas. El cristiano no puede abrirse a Dios sino desde la situación concreta en que se mueve y con vehementes deseos de iluminarla. La única actitud es la de una fe viva y encarnada”.
El mismo Pontífice lo nombrará Cardenal Obispo, asignándole el título de la Iglesia Suburbicaria de Sabina-Poggio Mirteto el 11 de julio de 1995.Un capítulo especial del paso del Cardenal Pironio por el Pontificio Consejo para los Laicos está constituido por las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Nacidas de la intuición profética y del gran amor por los jóvenes de Juan Pablo II, estos Encuentros han encontrado en el Cardenal el partidario convencido y el artífice sabio: los recibió en el momento de su nacimiento en Roma en 1984 y, haciéndose peregrino incansable con el Papa y con los jóvenes por los caminos del mundo, los fue acompañando con ternura y amor hasta la víspera de su duodécima celebración en París. Y en todos los encuentros, con su palabra y su presencia asidua, discreta, sonriente y paternal, marcó un paso hacia adelante, una perspectiva diferente para reflexionar, una semilla nueva, que depositó con delicadeza y confianza en la fértil tierra de los jóvenes. Extraordinaria la unión que Pironio logró establecer con los jóvenes. Con su pelo blanco, con aquella autoridad que se advertía distinta con su presencia, logró ser “creíble” a sus ojos como compañero de viaje.
Durante los Foros Internacionales de los Jóvenes y durante las Jornadas Mundiales de la Juventud era habitual encontrarlo entre los grupos de chicos en vaqueros y camiseta, con al cuello las etiquetas de los acreditamientos y las mochilas al hombro, él con el vestido oscuro y la cruz pectoral, completamente a gusto. Y, aunque no hablaba la lengua de algunos jóvenes, su comunicación con ellos era inmediata, profunda y rica en contenidos. Entre ellos se comprendían al vuelo, sin necesidad de intérpretes.
El “Cardenal” de los jóvenes había intuido lo que sus “amigos despreocupados” y con decenas de años menos pedían al mundo, a los adultos, a la Iglesia: “Estos jóvenes no temen el cansancio, el sufrimiento o la cruz. Sólo tienen miedo de la mediocridad, de la indiferencia, del pecado”, afirmó delante del Papa a Loreto, en la llanura de Montorso, el 9 de septiembre de 1995. Frecuentemente decía a sus colaboradores: “No tenemos que ser bomberos, sino arquitectos”; es decir: no tenemos que adormecer, apagar, nivelar, normalizar; hace falta construir, incluso con peligro de arriesgar.
Cuando, en otoño del 1996, el Cardenal Pironio dejó la Presidencia del Pontificio Consejo para los Laicos, la revista “I Care” de la Fundación Juventud Iglesia Esperanza publicó una carta que los jóvenes le dirigieron. Permítanme releer algunas frases:
"Querido Cardenal, nos ha acompañado en todos estos años con sabiduría y amor, has hablado a nuestros corazones y a nuestras mentes, has seguido nuestro camino con sensibilidad, solicitud y atención. Has llegado a ser así, naturalmente, el Cardenal de los jóvenes...
Tu presencia atenta, tu tomar a corazón nuestras esperanzas y nuestras inquietudes te han hecho convertirte en aquel que con su palabra y su testimonio ha sabido acoger y seguir tantos y tantos de nosotros en la búsqueda del sentido profundo de la vida y de la fe. Tu característica siempre ha sido, como el campesino, el arte del sembrar y la paciencia del esperar. Nos has dado confianza, nos has sostenido en los momentos difíciles, nos has hablado de la alegría y de la esperanza, nos has enseñado a querer a la Iglesia “misterio” de comunión misionera, estableciendo vínculos de interior relación que nada podrá romper o cambiar. Y, sobre todo y ante todo, nos has querido. Y nosotros siempre lo hemos sentido así.
En los Foros Internacionales y en las Jornadas Mundiales de Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver y Manila, y luego todavía a Roma y a Loreto, nos has conducido a lo largo del camino que lleva a Cristo, acogiendo cada uno de nosotros como el primero y el único, animandonos a continuar el camino, ofreciéndonos tu consejo y tu larga experiencia de padre y maestro, de amigo y hermano....
Te agradecemos, querido Cardenal, por el bien que nos has querido, por la “paternidad” que nos has manifestado, por la esperanza que has puesto en nosotros”.
El mal que le fue diagnosticado en 1984, se desencadenó de nuevo hacia fines de 1995.
Fueron meses de intenso sufrimiento, en los que el Cardenal - siempre con la sonrisa en los labios y con profunda fe y serena sabiduría - completó en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf Col 1, 4).
El mal era tumor con metástasis en los huesos, la experiencia de casi dos meses en el
Hospital M.D. Anderson de Houston fue muy dura para el Cardenal, sobre todo moralmente.
Escribía en esos días:
“Aquí estoy en las manos del Padre y en el corazón de María. Rezo mucho, descanso, me abandono. No sé si esto me curará el cuerpo pero sí el alma. Las largas horas cotidianas en el hospital viendo miserias corporales más duras que la mía me hacen muchísimo bien. Es la experiencia que me faltaba. ¡Qué fácil es hablar de la cruz!”.En estas palabras vemos cómo el Cardenal aceptó su enfermedad con un profundo sentido de fe y de confianza en el Señor. No de forma pasiva: luchó contra ella. Su naturaleza humana se rebelaba ante el dolor, y se preguntaba el porqué de todo esto, por qué el Señor lo permitía. Pero la conclusión siempre era la misma.
Era la oración que había aprendido de niño de los labios de su madre:
“El Señor sabe lo que hace y sabe por qué lo hace. Si el Señor lo ha querido así, la Virgen está contenta. Vayamos adelante con Dios y hagamos su voluntad”.
Esta oración no era resignación humana, sino profunda fe cristiana, fuerte y viva esperanza y gran amor y confianza en Dios.
“Ahora -escribía el Cardenal en aquellos momentos-el Señor ahonda en mí la cruz. Lloro como un niño, lo cual no me avergüenza, pero precisamente por eso crece en mí la experiencia del amor del Padre y la cercanía maternal de Nuestra Señora. Siento necesidad de verla, de oírla, de besarla.
Siento necesidad de gritar al mundo, sobre todo a los jóvenes, que Dios es Padre -aunque a mí me deshaga por amor : « si el grano de trigo....» etc.-). Pediría al Señor un poco de tiempo no para seguir viviendo, sino para poder escribir cosas breves y sencillas que a mí ahora me parecen simplemente maravillosas. Cualquier frase de la Sagrada Escritura me parece ahora sorprendente; pero no podría escribir mucho sobre ella. Me gustaría simplemente « anotarla» y decir apenas lo que me sucede adentro. « Me voy al Padre» «Vendremos a él y haremos morada dentro de él» ... ¡Cómo me gustaría escribir sobre la cruz y el amor del Padre pensando en los jóvenes!”
“Veo muy claramente ahora que mi único modo de redimir (y de redimirme) es hacerme partícipe de los sufrimientos del Señor completando su pasión en su Cuerpo que es la Iglesia. «Por eso me alegro» aunque humanamente me cuesta aceptarlo y lloro en silencio. Creo que es un modo de vivir el « don de lágrimas »; comprendo mejor a los que sufren y lloran, me dan ganas de venerarlos”.
Durante 11 años convivió con el tumor. Durante estos años no escatimó ni fuerzas ni empeño en el ejercicio de su ministerio de animación de los fieles laicos y de servicio a la Sede Apostólica.
Más fuerte se volvía el dolor, más intensa era su oración y su disponibilidad.
Cada día repetía más frecuentemente frases como esta:
“El Señor me visita con la cruz. He predicado mucho sobre la cruz, pero qué diferente es experimentarla y vivirla. Sufro mucho, pero estoy feliz y tranquilo en las manos de un Padre que me ama y en el corazón de María, mi Madre”.Un día, que los dolores eran muy fuertes e intensos y comenzaba a no poder caminar, me llamó a parte y me pidió tres cosas: no ocultar-le nada de su enfermedad, no permitir que lo hospitalizaran para hacer experimentos con él o para alargarle artificialmente la vida y en tercer lugar, que a no ser que fuera estrictamente necesario, no permitiera que se le administrara morfina, diciéndome claramente: “quiero ser consciente de la cruz del Señor y poder ofrecerla hasta el último momento”.
Fue conmovedora su actitud de perdón. Su rostro reflejaba la alegría del encuentro y del perdón que tantas veces nos había predicado. Nos daba su última lección de verdadero amor, no con palabras sino con su dolor. “Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho. ¡Yo sí pido perdón, con toda mi alma, porque hice sufrir a tantos!”. “Pido perdón a Dios por mis innumerables pecados, a la Iglesia por no haberla servido más generosamente, a las almas por no haberlas amado más heroica y concretamente. Si he ofendido a alguien, le pido que me perdone: quiero partir con la conciencia tranquila. Y si alguien cree haberme ofendido, quiero que sienta la alegría de mi perdón y de mí abrazo fraterno”.
Con certeza de fe y de esperanza vivió sobre todo los últimos diez días de su existencia. Cuando el Papa lo llamó por teléfono -el lunes de febrero de 1998- le dijo:
“Santo Padre, me estoy yendo al cielo. Desde allí seguiré rezando por usted y ayudándole en el servicio a la Iglesia. Le renuevo mi total disponibilidad”.
Sus últimas palabras fueron una invocación a María. Dirigiendo su mirada a la imagen de la Virgen de Luján que tenía frente a su cama, su rostro se iluminó y exclamó: ¡María!, ¡María!, ¡Madre!, ¡Madre! Desde ese momento no habló más, aunque no perdió el conocimiento.
El Cardenal Eduardo Francisco Pironio, siervo bueno y fiel, entró “en la alegría de mí Señor”, en la contemplación directa, “cara a cara”, de la Trinidad” (Testamento), el 5 de febrero de 1998. Tenía 77 años.
El Cardenal Pironio ha sido para muchos creyentes presencia de Dios, transparencia del evangelio, acción luminosa del Espíritu. Ha cumplido el bien, y la bondad ha hecho fecunda su vida. Su presencia siempre emanaba gran cordialidad y sencillez. Suscitaba simpatía y espontánea comunión; transmitía paz y alegría; con su palabra infundía fuerza y esperanza. Volver a él la mirada y el recuerdo significa aceptar el desafío de estar presentes en la sociedad y en la Iglesia. Se trata de hacerlo con mirada serena y con escucha atenta, comunicativa y humilde. Como lo hizo él, que supo estar en el centro sin ser el centro.
Con el Cardenal Pironio se entraba fácilmente en confianza.
En general, debido a su humanidad, no tenía problemas con la gente. Pero alguien con él, sí. En Mar del Plata fue también víctima de la violencia y recibió amenazas de muerte por la claridad de sus tomas de posición en favor de los derechos humanos.
También en Roma la incomprensión de algunos le hizo mucho daño. No siempre y no todos lo entendieron. Así, si por una parte era querido por su estilo y su servicio y su consejo era buscado y seguido con confianza, por otra precisamente por este estilo y este servicio sufrió.
Pero siempre con mansedumbre, llevando el peso en la soledad y en el silencio, sin disminuir nunca la dedicación y la intensidad de su compromiso.
En su Testamento escribe:
“Quiero morir tranquilo y sereno: perdonado por la misericordia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y comprensión de mis hermanos. No tengo ningún enemigo, gracias a Dios, no siento rencor ni envidia de nadie. A todos les pido que me perdonen y recen por mí”.
Hoy podemos afirmar que el Cardenal Pironio es un mensaje.
Se le ha mirado y se le ha escuchado.
Ha pronunciado palabras verdaderas, palabras de un sabio, porque habló con el corazón y habló al corazón.
Ha sido un líder espiritual que hizo escuela.
Con sus pensamientos y sus palabras ha sugerido un camino a los hombres y a las mujeres de hoy, un camino que sirve a laicos y religiosos, a obispos y sacerdotes, a jóvenes y adultos.
Sin este camino cristiano, y no es necesario añadir otros adjetivos, muchos de nosotros no seríamos lo que somos.
Este camino está recogido en más de 30 libros publicados; se encuentra expresado en las muchas conferencias, homilías y retiros espirituales predicados por él.
Vivió, meditó, formuló este camino, y lo presentó cada vez que tuvo ocasión de hacerlo.
Fue su costumbre ordenar las verdades y los acontecimientos y sobre todo el pensamiento y el amor, y exponerlas subdividiéndolas en tres puntos. Su Testamento está lleno de estas “ternas”, como cuando habla de la vida: “La amo, la ofrezco, la espero”.
“El hombre del Magnificat” es el tipo de persona que el Cardenal ha querido encarnar: el creyente capaz de decir el Magnificat, verdadero preludio del discurso de la montaña.
“Magnificat” es el estribillo de su vida; es la palabra que repite en el Testamento trece veces.
Le sale de adentro, llena de gratitud, de alegría y de misericordia; palabra de dolor, de ternura y de esperanza: “Magnificat! Mi vida sacerdotal estuvo siempre marcada por tres amores y presencias: el Padre, María Santísima, la Cruz”. Y yo creo que no me equivoco si a estos tres amores añado un cuarto: la Iglesia.
Esperó con ansiedad la celebración del año del Padre en el triduo del Jubileo. Su vida espiritual es un diálogo con el Padre que alcanza a menudo el misticismo, siempre filial y confiado. Utiliza las palabras de Jesús para indicar los tres períodos de su existencia:
“He salido del Padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Testamento). Del Padre aprendió la paternidad que manifestó en el ministerio sacerdotal y episcopal: “He deseado ser padre, hermano y amigo” (ib.).
La Madre de Dios fue compañía e inspiración para su vida:
“Magnificat! Agradezco al Señor que me haya hecho comprender el Misterio de María en el Misterio de Jesús y que la Virgen haya estado tan presente en mi vida personal y en mi ministerio. A Ella le debo todo. Confieso que la fecundidad de mi palabra se la debo a Ella. Y que mis grandes fechas -de cruz y de alegría- fueron siempre fechas marianas”, (ib.). Para él, María fue sobre todo la Virgen pobre, contemplativa y fiel: “Me pongo en el corazón de María, mi buena Madre, la Virgen Fiel”, (ib.).
El de febrero de 1998, tres días antes de morir, en plena lucidez invocó a Nuestra Señora como:
“Nuestra Señora de la Esperanza, Nuestra Señora de la Luz”, nos decía que la sentía particularmente cercana.
El último día rezó el Ave María, pronunciando con particular intensidad las palabras: “Ahora y en la hora de nuestra muerte”, que repitió tres veces añadiendo “Amén, amén, amén”.
Y concluye su Testamento diciendo:
“Hasta reunirnos en la Casa del Padre! ¡Los abrazo y bendigo con toda mí alma por última vez en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo! Los dejo en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel. ¡Ave María! A Ella le pido: “Al final de este destierro muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús”.
Vivió la fascinación de la cruz, del sufrimiento y del dolor. Pero al mismo tiempo amaba la vida, que consideraba siempre buena y bella:
¡Magnificat! Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mí Verdad y mi Camino” (ib.).
Su naturaleza humana se rebelaba contra la enfermedad que le quitaba las fuerzas, la posibilidad de leer, de escribir, de caminar. Por esto le pedía con gran confianza a su buen amigo Pablo VI el milagro que hiciera desaparecer el tumor. Llegó después el momento también de aceptar la muerte ya cercana: "¡Magnificat! Agradezco al Señor el privilegio de su cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mi cruz. Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda".
El Cardenal Pironio amó apasionadamente la Iglesia, pueblo de Dios, misterio de comunión misionera, como habitualmente la definía.
Dio su vida y trabajó intensamente por una Iglesia “peregrina, pobre y pascual”, una
Iglesia de la alegría y la esperanza, solidaria con las tristezas y los sufrimientos de los hombres, como la descubrió a partir del Concilio, una Iglesia madre que, como tal, enseña. Ha estado presente en el corazón de la Iglesia con su santidad personal, su ministerio, su prestigio. “En un mundo cada vez más cerrado por el egoísmo y la violencia que nace del odio, la Iglesia - decía- está llamada a dar testimonio del amor y a educar de nuevo los hombres al amor”. Él decía frecuentemente que aprendió de Pablo VI la pasión por la Iglesia.
Nuestro Cardenal, como todo creyente, ha sido juzgado sobre el amor.
Habrá vuelto a ver las lágrimas que ha tenido que secar, el pan que ha dado a quien tuvo hambre, las visitas que hizo a quien estaba prisionero, las heridas que tuvo que medicar y curar, la compañía que ofreció a quien estaba solo o enfermo, los religiosos y las religiosas que acompañó en un camino de renovación conciliar, los jóvenes con quienes compartió momentos de profunda y gran alegría y compromiso, los grupos que reconcilió, el perdón que pidió con humildad.
Nos encontramos en un Encuentro sacerdotal, permítanme leer con ustedes simplemente algunos textos del Cardenal sobre el sacerdote. En ellos encontramos su corazón sacerdotal y cuál era su predilección, dedicación y amor privilegiado a los sacerdotes.
No comento, solo leo con la certeza que el Espíritu hablará a nuestros corazones. En estos días otros sacerdotes nos harán conocer con mayor profundidad cuál era la espiritualidad sacerdotal del Siervo de Dios. En su Testamento Espiritual el Cardenal Pironio agradece a Dios el don del sacerdocio:
“¡Magnificat! Agradezco al Señor por mi sacerdocio. Me he sentido extraordinariamente feliz de ser sacerdote y quisiera transmitir esta alegría profunda a los jóvenes de hoy, como mi mejor testamento y herencia.
El Señor fue bueno conmigo. Que las almas que hayan recibido la presencia de Jesús por mí ministerio sacerdotal, recen por mí eterno descanso. Pido perdón, con toda mi alma, por el bien que he dejado de hacer como sacerdote,
Soy plenamente consciente de que ha habido muchos pecados de omisión en mi sacerdocio, por no haber sido yo generosamente lo que debiera frente al Señor, Quizás ahora, al morir, empiece a ser verdaderamente útil:
“Si el grano de trigo... cae en tierra y muere, entonces produce mucho fruto”.
Mí vida sacerdotal estuvo siempre marcada por tres amores y presencias: el Padre, María Santísima, la Cruz.”
Con ocasión de sus 50º años de sacerdocio escribe:
“Con motivo de mis 50 años de sacerdocio he hablado mucho del peso del amor de Dios (“pondus meum, amor meus”) y de la alegría de ser sacerdote.
He sentido necesidad de gritarlo sobre todo a los jóvenes, a los sacerdotes jóvenes o a los sacerdotes no tan jóvenes pero en dificultad.....
Desde mi ordenación he dedicado gran parte de mi ministerio a los sacerdotes: a su formación inicial en el Seminario y a su formación permanente en escritos, conferencias y cursos. Recuerdo con gratitud y cariño mis años de profesor en Mercedes y mi tiempo privilegiado de Rector en Villa Devoto. ¡Cuánta oración y silencio compartido, cuánta cruz gustada, cuánta esperanza madurada!
El Señor me concedió la gracia de trabajar con grandes sacerdotes (algunos de ellos ya muertos) y de peregrinar con ellos por algunas Diócesis y seminarios del país.
Se trataba de una especie de cursos itinerantes de formación permanente donde siempre me reservaban el tema de la espiritualidad sacerdotal.
En 1954 estaba yo en Roma cuando, a fines de mayo, canonizaron a Pío X.
Recuerdo que durante la larga procesión a pie, desde San Pedro a Santa María la Mayor, acompañando el cuerpo del nuevo Santo, recé constantemente por los sacerdotes y le prometí a San Pío X vivir mi sacerdocio amando muy especialmente a los sacerdotes y trabajando por ellos y con ellos.”
No sé si lo he cumplido bien, pero he intentado hacerlo y eso constituye una de mis alegrías más hondas. Porque es como compartir la alegría de mi propio sacerdocio, que es el sacerdocio de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.
Me siento sumamente feliz cuando el Señor me concede la gracia -no tan frecuente en mi ministerio actual- de ordenar un sacerdote. Es un momento central en la gozosa paternidad de un Obispo”.
Cuál era la fisonomía espiritual de un sacerdote para el Cardenal, la encontramos brevemente resumida en una carta que escribe a un sacerdote (1970), días antes de su ordenación sacerdotal:
“¿Qué puedo decirte ahora? Serás sacerdote: “el amigo de Dios para los hombres”, el que sabe escuchar con interés, hablar con oportunidad, hacer cotidianamente el camino con los otros. Serás “la presencia del Señor” entre tus hermanos: el que sabe revelar a los hombres los secretos del Padre, comunicarles la gracia de su Amor, conducirlos en la luz y la serenidad hacia la Pascua consumada. Serás el Servidor de Yavé: con oído y lengua de discípulo para anunciar la Buena Noticia a los de corazón oprimido, sabedor de dolencias para comprender a los que ignoran y yerran, dispuesto siempre a morir para ser alianza de los pueblos y luz de las naciones. ¿Qué puedo desearte? Lo que siempre he deseado para mí: - que seas “el hombre de Dios”: que vive siempre en la intimidad gozosa del Padre para comunicar incesantemente a Dios a los demás, en la Palabra, en la Eucaristía, en la simple presencia; - que seas “el hombre de la Iglesia”: con una perfecta fidelidad a su misterio, con un inmenso cariño por tu Obispo, con una generosa entrega de servicio a todo el Pueblo de Dios que te fuere encomendado. - que seas “el hombre de los hombres”: que los sepas comprender e interpretar, que tengas gran capacidad para asumir sus gozos y esperanzas, que les muestres siempre un corazón pobre y bueno de padre, hermano y amigo; que les sepas decir siempre, sin decirlo, qué bueno es Dios y qué lindo es ser sacerdote”.Y al entonces P.Sandri, hoy Cardenal Sandri, antes de su ordenación sacerdotal:
“Yo deseo que tu vida sea sencillamente eso: una permanente presencia de Cristo entre los hombres. He vivido y sufrido mucho en mi larga vida sacerdotal. Por eso tengo cierto derecho a decir que me siento felicísimo de ser sacerdote y que las almas no esperan otra cosa de nosotros más que al “hombre de Dios”.
El sacerdocio es para el Cardenal una continua experiencia del amor de Dios:
“Tener constantemente esta experiencia del amor de Dios. Tenerla en los momentos de oración y adoración, y en los momentos de generosa donación a los demás y de alegría compartida con nuestros hermanos sacerdotes. El día en que perdemos esta experiencia y esta conciencia de que Dios es amor y por eso nos ha elegido y nos ha enviado, la vida se nos vuelve sombría; nos cansamos y desalentamos, nos aburrimos y entristecemos, perdemos la alegría de ser sacerdotes, de celebrar cotidianamente la Eucaristía y de interiorizar la Palabra del Señor, dejando que la semilla germine en nuestra tierra buena; perdemos el gozo de la disponibilidad y del servicio.
¡Qué importante es, queridos hermanos sacerdotes, tener en nuestra vida, esta experiencia de que Dios nos ama! En el momento de oscuridad y de cruz esta experiencia de un Dios que es amor se hace más luminosa. La cruz es el gran don del Padre, el gran regalo de Dios”.
El Cardenal nos abre su corazón sacerdotal en su “Magnificat Sacerdotal. Oración de acción de gracias a Jesucristo en ocasión de sus 50 años de sacerdote. Sería hermoso poder leerlo integramente. El tiempo no nos lo permite. Yo les dejo una copia para que puedan meditarlo personalmente.
Una de las constantes en los escritos, sobre todo en los escritos sacerdotales, del Cardenal Pironio es la manifestación de su alegría de ser sacerdote. Ya lo hemos visto en algunos textos que hemos leído. Juan Pablo II en la homilía exequial nos dice: “Vivió la alegría de ser sacerdote”. Esta alegría la encontramos ya desde temprana edad.
En una carta a la mamá en noviembre cuando está concluyendo su primer año en el seminario escribe: “... pero por eso no debo sacar ningún aplazado en los exámenes porque entonces en vez de estar todos contentos estarán tristes, pensando que si me quedo en primer año otra vez y que será un año más de Seminario para prepararme para la carrera sublime del sacerdocio la cual espero seguir hasta llegar a esa cumbre y pensar que por ese año repetido podré perder la vocación”.
En La Plata pocos días después de ser ordenado sacerdote: “Si tuviera que dejar hoy un mensaje, sería el de la fidelidad de Dios. ¡Dios es fiel! Y yo me siento feliz de gritar al mundo mi alegría de ser sacerdote. Invito a todos a creer que Dios es amor, a ser cotidianamente fieles, a esperar contra toda esperanza”.
Recuerdo que era costumbre del Cardenal dedicar los primeros jueves de cada mes a rezar especialmente por los sacerdotes y pedir por la vocaciones sacerdotales. La misa en la casa era celebrada por esa intención y por la tarde se exponía el Santísimo.
El Señor lo llamó a Sí precisamente en un primer jueves. En ese primer jueves, 5 de febrero de 1998, no teníamos expuesto el Santísimo en el altar de la capillita, estaba en la persona del Cardenal, inmolándose por sus sacerdotes y por toda la Iglesia.
Termino repitiendo convencido lo que escribió del Cardenal Pironio frère Roger de
Taizé:
“Con el don de su vida, el Cardenal reflejaba la imagen de una Iglesia que en los pequeños detalles se hace acogedora, cercana al sufrimiento de los hombres, presente en la historia y atenta a los más pobres. Era consciente de esta gran verdad de fe: cuanto más nos acercamos a la alegría y a la sencillez evangélica, más logramos transmitir las certezas que nos vienen de la fe.... Pironio, hombre de Dios, irradiaba la santidad de Dios en la Iglesia.”
Qué la luz de esta santidad, reflejada en el rostro y en la vida de testigos como el Cardinal Pironio, siga resplandeciendo e iluminando nuestro camino.
+ Fernando Vérgez
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