Homilia de Monseñor Antonio Marino
por la pronta beatificación del Cardenal Pironio
“Me siento feliz de gritar
al mundo la
alegría de ser sacerdote”
En
el aniversario de la ordenación sacerdotal del cardenal Eduardo Pironio
Catedral de
Mar del Plata, 5 de diciembre de 2016
Hoy
celebramos un aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Pironio, que
tuvo lugar en la Basílica de Luján, el 5 de diciembre de 1943. Con sólo veintitrés
años y luego de una preparación de doce años en el Seminario San José de La
Plata.
Imposible pretender
en el formato de una breve homilía trazar un perfil completo y ni siquiera
aproximado de esta gran figura. Sólo recojo algunas espigas, relativas hoy al
modo como este siervo de Dios entendía el sacerdocio, y como homenaje a quien
tuve como Rector en el Seminario de Villa Devoto en Buenos Aires. Utilizo
material de sus escritos citado por otros y textos publicados en sus Escritos Pastorales.
Con ocasión
de los cincuenta años de sacerdocio, en 1993, en el Seminario de La Plata,
decía en su homilía, en relación con el tiempo fecundo vivido como seminarista:
“Doce años de inolvidable y riquísima preparación a través de los excelentes y
sabios profesores y superiores cuyos nombres recuerdo siempre con gratitud ante
el Señor. Escuela de santidad y de ciencia, en el Seminario de La Plata aprendí
a vivir y amar el misterio de la Iglesia”.
En esa misma
homilía, en su plena madurez salen de lo profundo de su corazón estas palabras,
retrato de su alma sacerdotal: “Si tuviera que dejar hoy un mensaje, sería el
de la fidelidad de Dios. ‘Dios es fiel’. Y yo me siento feliz de gritar al
mundo la alegría de ser sacerdote. Una invitación a todos a creer en un Dios
que es amor, ser cotidianamente fieles, esperar contra toda esperanza”.
Llamado a la
docencia en el Seminario, ejerció la enseñanza de la teología en estrecha
relación con su vida de oración. En un
artículo titulado Teología y Santidad,
publicado en la Revista de Teología del Seminario de La Plata (1/3, 1951)
afirmaba que la formación sacerdotal “…debe ir iluminada y nutrida por el
dogma: de lo contrario será pobre y anémica. La comunicación con Dios, fecunda
y efectiva, supone un claro conocimiento de la intimidad y de nuestras raíces
divinas, que se tornarán más claras a su vez por la oración”. Se trata de un
texto que juzgo muy oportuno.
En sus
numerosos y variados destinos eclesiásticos, nunca dejó de escribir. Las
turbulencias de los tiempos posconciliares, su paso por el CELAM, su ministerio
en Roma al servicio del Papa y de la Iglesia universal, fueron otras tantas
oportunidades para que nos dejara páginas luminosas, llenas de una
espiritualidad profunda y realista, de un hombre que era al mismo tiempo un
apóstol muy movedizo y entregado, y simultáneamente un ardiente contemplativo.
En 1970
escribía en el estudio Espiritualidad
sacerdotal: “El sacerdote está ubicado en el mundo. Lo ama y lo padece. Lo
entiende, lo asume y lo redime. Pero su corazón está segregado y consagrado
totalmente a Dios por el Espíritu. Su misión está dentro de los hombres y no
fuera (…). Ni la palabra del sacerdote será fuego, ni su presencia claridad de
Dios, ni sus gestos comunicadores de esperanza, si el Espíritu no lo cambia
interiormente en Jesucristo” (Espiritualidad
sacerdotal 9).
La
referencia continua a las Escrituras y las citas permanentes a los textos del
Concilio Vaticano II, fueron características que encontramos a cada paso en su
forma de pensar. En medio de agitaciones buscó siempre el fundamento doctrinal
seguro y las aguas refrescantes de la Palabra de Dios que rumió sin cesar a lo
largo de su vida.
En todas las
homilías que le he escuchado y en los numerosos escritos dispersos que aún
esperan una edición más formal y sistemática, la Virgen María ocupaba un lugar
destacado, como ejemplar de la Iglesia y del creyente y como Madre amorosa que
nos ampara con su intercesión.
Cito un poco
al azar: “La palabra debe entrar en el sacerdote como luz y como fuego. Debe
ser engendrada en su corazón (como en María), antes que nazca en sus labios de
profeta. Debe escuchar en silencio. Debe orar y contemplar mucho. Debe recibir
con pobreza la palabra y entregarse a ella con generosidad” (Espiritualidad sacerdotal 18).
“La hora
sacerdotal de Cristo fue marcada por una singular presencia del Espíritu Santo
y de María. También la nuestra./ En el seno virginal de Nuestra Señora, el
Espíritu Santo ungió a Jesucristo Sacerdote. También a nosotros./ En la pobreza
de la Virgen, el Espíritu Santo engendró la fidelidad a la palabra: «Yo soy la
servidora del Señor; que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Para
servir plenamente a los hombres, hay que entregarse con generosidad al Padre,
como María./ En la pobreza y el silencio virginal de Nuestra Señora
encontraremos siempre los sacerdotes el camino de la sencilla disponibilidad para
ser fieles. «Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,45)” (Espiritualidad sacerdotal 30).
Basten estas
pinceladas para honrar su memoria, expresarle gratitud, y motivar la oración de
los fieles de esta diócesis, que lo tuvo como segundo obispo, a fin de que un
día podamos contarlo entre los cristianos ejemplares, reconocido entre los
beatos y santos de la Iglesia.
Antonio Marino
Obispo de Mar del Plata
Fuente: Diócesis de Mar del Plata