Homilía de monseñor Eduardo Pironio obispo auxiliar de La Plata en la Parroquia Nuestra Señora de la Victoria (La
Plata, 1971)
Un consejo antes de leer:
donde dice 1971 piensen en 2016,
Pironio pregunta:
donde dice 1971 piensen en 2016,
Pironio pregunta:
"Y yo me pregunto si después de veinte siglos nosotros hemos comido verdaderamente el Cuerpo del Señor y bebido su Sangre. Porque el mundo tendría que ser distinto si los cristianos hubiésemos comido de veras el Cuerpo y bebido la Sangre del Señor. Yo me pregunto si ahora, en 1971, comprendemos que el mandamiento del Señor tiene todavía vigencia y que a nosotros los cristianos nos ha comprometido a amar de veras, amar perdonando, a amar comprendiendo, a amar sirviendo".
Jueves Santo: Misa de la Cena del Señor
Ex 12,1-8.11-14 / Sal 115 / 1Co 11,23-26 / Jn 13,1-15
“Este
es mi mandamiento nuevo:
ámense los unos a otros como Yo los he amado.
No hay amor más grande que dar la vida por el amigo.”
Jn 15,12
“Tomen
y coman: Este es mi Cuerpo”.
Muy
queridos hermanos míos en el Señor:
Jueves
Santo de 1971. Estamos congregados por el Espíritu en el nombre del Señor
Jesús, para conmemorar la Cena del Señor. Tenemos seguridad, carísimos
hermanos, en una presencia misteriosa y muy honda, una presencia de amor de
Cristo, ya, en medio de nosotros. El sacerdote que ha proclamado el Evangelio
les ha asegurado a ustedes “el Señor está con ustedes”.
Es esa presencia que
asegura habernos congregado como una sola familia, un solo corazón y una sola
alma para recibir en silencio la mismísima Palabra del Señor. Y yo quisiera que
fuera ella, la Palabra del Señor, la que ahora continuara hablándonos, que nos
iluminara por dentro, que nos quemara para purificarnos y que nos cambiara.
Nos
ha hablado la Palabra del Señor. Nos hemos congregado en familia para
comprometernos con ella, con esa misma Palabra, a realizarla después en lo
cotidiano, en lo simple, en lo de cada rato, en casa, en el trabajo y en la
calle.
Porque la Palabra de Dios exige ser recibida en el silencio y en la
pobreza, como María, ser realizada después en total y plena disponibilidad,
porque eso es ser cristiano.
Nos
hemos congregado esta tarde, mis queridos hermanos, en la mismísima tarde de la
celebración de la Institución de la Eucaristía, de la Institución del Misterio
Sacerdotal, de la entrega de un mandamiento de Amor.
Debió
ser así, una tarde como esta, aquella en la cual Jesús se reunió con sus
discípulos. Les dijo: Tomen, coman, esto es mi Cuerpo que será entregado
por ustedes; esta es mi Sangre que será derramada por ustedes. Debió
ser una tarde así, una tarde así en la cual el Señor les dijo: hagan
esto en memoria mía hasta el final, hasta que yo vuelva. Proclamen
siempre la muerte del Señor hasta que yo vuelva. Debió ser una
tarde así cuando les dijo a los discípulos: ámense los unos a los otros
como Yo los he amado.
Y yo
me pregunto si después de veinte siglos nosotros hemos comido verdaderamente el
Cuerpo del Señor y bebido su Sangre. Porque el mundo tendría que ser distinto
si los cristianos hubiésemos comido de veras el Cuerpo y bebido la Sangre del
Señor.
Yo me pregunto si ahora, en 1971, comprendemos que el mandamiento del
Señor tiene todavía vigencia y que a nosotros los cristianos nos ha
comprometido a amar de veras, amar perdonando, a amar comprendiendo, a amar
sirviendo.
El
Evangelio de hoy comenzó haciendo referencia a la hora de Jesús. Dice que sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Era
la hora misteriosa de la cual había hablado tantas veces el Apóstol Juan; la
hora marcada por el Padre para la redención de los hombres; la hora en que se
iba a producir la unidad del mundo; la hora en que iban a dejar de ser dos
pueblos, para hacerse en la unidad del hombre nuevo de Cristo, el Señor
Resucitado, el solo Pueblo de Dios; la hora en que se iba a hacer la unidad muy
profunda de los hombres enemistados, lejanos, y ahora volvían al Padre; la hora
del amor, la hora de la unidad.
Yo
quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una
hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que
tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad.
¡Esta hora nuestra! Esta hora nuestra así como se da; esta hora nuestra con
todos sus riesgos y oscuridades, también con todas sus posibilidades y
esperanzas; esta hora tan difícil y dura; esta hora tan rica y tan llena de
Dios. Esta hora en la cual el Señor me está pidiendo absolutamente todo, a mí,
cristiano.
Y es
en esta hora donde yo voy a celebrar otra vez la Pascua con Jesús. Es en esta
hora donde yo recojo ahora la Palabra de Jesús: que tengo que amar a mis
hermanos. Es en esta hora que yo advierto que mi fe no es únicamente para
proclamarla en la iglesia, en el templo, sino para vivirla en lo cotidiano, en
lo simple y con todos los hombres. Es esta la hora que yo tengo que aprender
que es necesario morir, despojarme, desprenderme para servir de veras a
nuestros hermanos.
Quisiera
que comprendiéramos esta hora. Les decía que es una hora muy difícil pero al
mismo tiempo muy rica, muy llena de la presencia de Dios. El Espíritu de Dios
está moviendo a las almas y comprometiéndolas a que vivan sencillamente, pero
con intensidad, su cristianismo.
Es la hora en que pareciera que todo se
quiebra y se despedaza, en que pareciera que el amor mismo ha muerto entre los
hombres, en que la injusticia se ha apoderado del corazón de los mortales. Es
en esta hora donde yo, cristiano, tengo que poner un poco más de la Luz de la
Verdad. Esta hora en la cual yo tengo que plantar la justicia y ser realmente
hacedor de la paz en la justicia. Es la hora en que yo tengo que comprometerme,
muriendo todos los días un poco, a amar de veras a mis hermanos.
Hoy
conmemoramos, mis queridos hermanos, como tres Misterios. Es, ante todo, el
Misterio del Sacramento del Amor en la Eucaristía, la Institución de la
Eucaristía. Es también el Misterio mismo del Amor en la permanencia del
misterio sacerdotal: Cristo que instituye el sacerdocio, ¡ministerio de amor!
Y
es el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Todo en torno al amor.
Yo
quisiera que pensáramos un poco con toda sencillez y que nos comprometiéramos a
amar ahora, en este momento en que nuestro corazón está tal vez un poco más
aliviado por la presencia del Señor, un poco más ayudado por el compromiso de
nuestros hermanos; que nos comprometiéramos a amar en momentos en que el mundo
lo que necesita es que los cristianos aprendiéramos a amar de veras. ¡Porque
amar es fácil, saber amar es difícil!