Oración al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio

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TESTAMENTO ESPIRITUAL

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Cardenal Pironio / Testamento Espiritual

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jueves, 24 de marzo de 2016

JUEVES SANTO parte2


Homilía de monseñor Eduardo Pironio obispo auxiliar de La Plata en  la Parroquia Nuestra Señora de la Victoria (La Plata, 1971)



Un consejo antes de leer:
donde dice 1971 piensen en 2016,
 Pironio pregunta: 

"Y yo me pregunto si después de veinte siglos nosotros hemos comido verdaderamente el Cuerpo del Señor y bebido su Sangre. Porque el mundo tendría que ser distinto si los cristianos hubiésemos comido de veras el Cuerpo y bebido la Sangre del Señor.  Yo me pregunto si ahora, en 1971, comprendemos que el mandamiento del Señor tiene todavía vigencia y que a nosotros los cristianos nos ha comprometido a amar de veras, amar perdonando, a amar comprendiendo, a amar sirviendo". 


Jueves Santo: Misa de la Cena del Señor
Ex 12,1-8.11-14 / Sal 115 / 1Co 11,23-26 / Jn 13,1-15


“Este es mi mandamiento nuevo:

ámense los unos a otros como Yo los he amado.

No hay amor más grande que dar la vida por el amigo.”
Jn 15,12


“Tomen y coman: Este es mi Cuerpo”.

Muy queridos hermanos míos en el Señor:

Jueves Santo de 1971. Estamos congregados por el Espíritu en el nombre del Señor Jesús, para conmemorar la Cena del Señor. Tenemos seguridad, carísimos hermanos, en una presencia misteriosa y muy honda, una presencia de amor de Cristo, ya, en medio de nosotros. El sacerdote que ha proclamado el Evangelio les ha asegurado a ustedes “el Señor está con ustedes”. 

Es esa presencia que asegura habernos congregado como una sola familia, un solo corazón y una sola alma para recibir en silencio la mismísima Palabra del Señor. Y yo quisiera que fuera ella, la Palabra del Señor, la que ahora continuara hablándonos, que nos iluminara por dentro, que nos quemara para purificarnos y que nos cambiara.



Nos ha hablado la Palabra del Señor. Nos hemos congregado en familia para comprometernos con ella, con esa misma Palabra, a realizarla después en lo cotidiano, en lo simple, en lo de cada rato, en casa, en el trabajo y en la calle. 
Porque la Palabra de Dios exige ser recibida en el silencio y en la pobreza, como María, ser realizada después en total y plena disponibilidad, porque eso es ser cristiano.

Nos hemos congregado esta tarde, mis queridos hermanos, en la mismísima tarde de la celebración de la Institución de la Eucaristía, de la Institución del Misterio Sacerdotal, de la entrega de un mandamiento de Amor.

Debió ser así, una tarde como esta, aquella en la cual Jesús se reunió con sus discípulos. Les dijo: Tomen, coman, esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes; esta es mi Sangre que será derramada por ustedes. Debió ser una tarde así, una tarde así en la cual el Señor les dijo: hagan esto en memoria mía hasta el final, hasta que yo vuelva. Proclamen siempre la muerte del Señor hasta que yo vuelva. Debió ser una tarde así cuando les dijo a los discípulos: ámense los unos a los otros como Yo los he amado.

Y yo me pregunto si después de veinte siglos nosotros hemos comido verdaderamente el Cuerpo del Señor y bebido su Sangre. Porque el mundo tendría que ser distinto si los cristianos hubiésemos comido de veras el Cuerpo y bebido la Sangre del Señor. 

Yo me pregunto si ahora, en 1971, comprendemos que el mandamiento del Señor tiene todavía vigencia y que a nosotros los cristianos nos ha comprometido a amar de veras, amar perdonando, a amar comprendiendo, a amar sirviendo.

El Evangelio de hoy comenzó haciendo referencia a la hora de Jesús. Dice que sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Era la hora misteriosa de la cual había hablado tantas veces el Apóstol Juan; la hora marcada por el Padre para la redención de los hombres; la hora en que se iba a producir la unidad del mundo; la hora en que iban a dejar de ser dos pueblos, para hacerse en la unidad del hombre nuevo de Cristo, el Señor Resucitado, el solo Pueblo de Dios; la hora en que se iba a hacer la unidad muy profunda de los hombres enemistados, lejanos, y ahora volvían al Padre; la hora del amor, la hora de la unidad.

Yo quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad. 

¡Esta hora nuestra! Esta hora nuestra así como se da; esta hora nuestra con todos sus riesgos y oscuridades, también con todas sus posibilidades y esperanzas; esta hora tan difícil y dura; esta hora tan rica y tan llena de Dios. Esta hora en la cual el Señor me está pidiendo absolutamente todo, a mí, cristiano.

Y es en esta hora donde yo voy a celebrar otra vez la Pascua con Jesús. Es en esta hora donde yo recojo ahora la Palabra de Jesús: que tengo que amar a mis hermanos. Es en esta hora que yo advierto que mi fe no es únicamente para proclamarla en la iglesia, en el templo, sino para vivirla en lo cotidiano, en lo simple y con todos los hombres. Es esta la hora que yo tengo que aprender que es necesario morir, despojarme, desprenderme para servir de veras a nuestros hermanos.

Quisiera que comprendiéramos esta hora. Les decía que es una hora muy difícil pero al mismo tiempo muy rica, muy llena de la presencia de Dios. El Espíritu de Dios está moviendo a las almas y comprometiéndolas a que vivan sencillamente, pero con intensidad, su cristianismo. 

Es la hora en que pareciera que todo se quiebra y se despedaza, en que pareciera que el amor mismo ha muerto entre los hombres, en que la injusticia se ha apoderado del corazón de los mortales. Es en esta hora donde yo, cristiano, tengo que poner un poco más de la Luz de la Verdad. Esta hora en la cual yo tengo que plantar la justicia y ser realmente hacedor de la paz en la justicia. Es la hora en que yo tengo que comprometerme, muriendo todos los días un poco, a amar de veras a mis hermanos.

Hoy conmemoramos, mis queridos hermanos, como tres Misterios. Es, ante todo, el Misterio del Sacramento del Amor en la Eucaristía, la Institución de la Eucaristía. Es también el Misterio mismo del Amor en la permanencia del misterio sacerdotal: Cristo que instituye el sacerdocio, ¡ministerio de amor! 

Y es el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Todo en torno al amor.

Yo quisiera que pensáramos un poco con toda sencillez y que nos comprometiéramos a amar ahora, en este momento en que nuestro corazón está tal vez un poco más aliviado por la presencia del Señor, un poco más ayudado por el compromiso de nuestros hermanos; que nos comprometiéramos a amar en momentos en que el mundo lo que necesita es que los cristianos aprendiéramos a amar de veras. ¡Porque amar es fácil, saber amar es difícil!

JUEVES SANTO


Jueves Santo: Misa Crismal




Is 61,1-3a.6a.8b-9 / Sal 88 / Ap 1,5-8 / Lc 4,16-21



Homilía del 22 de junio de 1995

“Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor.” (1 Jn 4,16)

Qué bellas son estas palabra de Juan, el discípulo que Jesús amaba, aquel que en la Última Cena reclino la cabeza sobre el pecho de Jesús! Para comprender el corazón de Jesús, para intuir sus latidos de amor es necesario ser un contemplativo, un testigo, uno que ha visto con los propios ojos y tocado con las propias manos al Verbo de vida.

Cardenal Pironio - Plaza San Pedro - Vaticano


En nuestra oración de hoy por la santificación de los sacerdotes hay un profundo silencio, una gran capacidad contemplativo, un sereno deseo de escucha, de acogida, de alegre disponibilidad al amor. Hemos creído en el amor que Dios nos tiene. De parte nuestra, pocas y simples palabras: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21,17).

El sacerdote, misterio de amor. Propongo tres brevísimas reflexiones a la luz de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.


1- El sacerdote fruto, signo, trasparencia de un Dios que es amorComo el Padre me ha amado, así yo os he amado. Permaneced en mi amor (Jn 15,9). Esta es la experiencia más profunda del sacerdote que se siente privilegiadamente amado por Jesús, escogido, consagrado, enviado. Como el Padre me ha enviado, así yo os envío (Jn 20,21). No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino yo el que os he elegido a vosotros para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca (Jn 15,16). 

Esta experiencia del amor de Cristo, cotidianamente renovada, conserva la frescura y el ardor del sacerdote. Se siente profunda y alegremente amigo de Dios para los hombres. Como Abraham, el amigo de Dios. Como Moisés que hablaba con Dios cara a cara como un hombre habla con su amigo. Como Juan, el discípulo que Jesús amaba. Vosotros sois mis amigos… Ya no os llamo siervos…; yo os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15,14-15). Rezar por la santificación de los sacerdotes es rezar para que aumente en nosotros la intimidad con Cristo en la oración personal, en la celebración litúrgica, en la alegre configuración con Cristo en la cruz pascual.

2- El sacerdote buen pastor y servidorYo soy el buen pastor, alimento a mi grey y por ellos doy mi vida. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: Dios ha enviado a su Hijo para que tengamos vida por medio de él (1 Jn 4,9). Cristo es el don del Padre para la vida del mundoYo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). 

El sacerdote es el don de Cristo a su Iglesia. Como Cristo -pastor, servidor, esposo- ofrece su vida por la salvación del mundo. En el corazón de la espiritualidad del sacerdote se encuentra la caridad pastoral, hecha de profundidad contemplativa, de serenidad de cruz pascual, de generosa disponibilidad para el servicio. Los hombres deben considerarnos simplemente como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel (1 Co 4,1-2). Nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús (1 Co 4,5).

A la luz de Cristo -Pastor, Servidor, Esposo- pensemos en los sacerdotes y recemos por su santificación. Por medio del Espíritu Santo el Señor aumente en nosotros la caridad pastoral, centro y plenitud de la espiritualidad sacerdotal.

LA ALEGRÍA DE LA FIDELIDAD, Especial Jueves Santo

ESPECIAL JUEVES SANTO
CARDENAL PIRONIO: LA ALEGRÍA DE LA FIDELIDAD

Para disfrutar este Jueves Santo en que Cristo instituyó la eucaristía y el sacerdocio un artículo que Pironio escribió para la Revista Pastores 1994 (diócesis de Rafaela Santa Fe a cargo de Mons. Franzini)


REVISTA PASTORES. AÑO 1 – Nº 1 Diciembre 1994

"LA ALEGRIA DE LA FIDELIDAD"
Cardenal Eduardo F. Pironio – Roma

"Feliz de Ti por haber creído"
(Lc 1,45)
"Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican"
(Lc 11,28).

1. Con motivo de mis 50 años de sacerdocio he hablado mucho del peso del amor de Dios ("pondus meum, amor meus") y de la alegría de ser sacerdote. 

He sentido necesidad de gritarlo sobre todo a los jóvenes, a los sacerdotes jóvenes o a los sacerdotes no tan jóvenes pero en dificultad. 
Quiero ahora explicar un poco más el sentido de mis palabras. 
Pero quiero hacerlo a modo de simples apuntes o reflexiones que nacen de una larga experiencia sacerdotal. No pretenden ser una "teología de la fidelidad" (de Dios, ante todo, y luego del sacerdote), sino que es un modo sencillo de prolongar mi Magnificat sacerdotal.

Eduardo Pironio en su Ordenación Sacerdotal (Basílica de Luján 1954) (Diario9deJulio)


Desde mi ordenación he dedicado gran parte de mi ministerio a los sacerdotes: a su formación inicial en el Seminario y a su formación permanente en escritos, conferencias y cursos.

Recuerdo con gratitud y cariño mis años de profesor en Mercedes y mi tiempo privilegiado de Rector en Villa Devoto. ¡Cuánta oración y silencio compartido, cuánta cruz gustada, cuánta esperanza madurada!

El Señor me concedió la gracia de trabajar con grandes sacerdotes (algunos de ellos ya muertos) y de peregrinar con ellos por algunas Diócesis y seminarios del país. Se trataba de una especie de cursos itinerantes de formación permanente donde siempre me reservaban el tema de la espiritualidad sacerdotal.

En 1954 estaba yo en Roma cuando, a fines de mayo, canonizaron a Pío X. Recuerdo que durante la larga procesión a pie, desde San Pedro a Santa María la Mayor, acompañando el cuerpo del nuevo Santo, recé constantemente por los sacerdotes y le prometí a San Pío X vivir mi sacerdocio amando muy especialmente a los sacerdotes y trabajando por ellos y con ellos.

No sé si lo he cumplido bien, pero he intentado hacerlo y eso constituye una de mis alegrías más hondas. Porque es como compartir la alegría de mi propio sacerdocio, que es el sacerdocio de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.

Me siento sumamente feliz cuando el Señor me concede la gracia -no tan frecuente en mi ministerio actual- de ordenar un sacerdote. Es un momento central en la gozosa paternidad de un Obispo.

Cardenal Pironio ordena sacerdote a legionario de Cristo (años setenta) 


2. Pero quiero volver al tema propuesto: la alegría de la fidelidad. "Dios es fiel" (cf. 2Tm 2,13). 
Al terminar su primera carta a los Tesalonicenses, el Apóstol Pablo los saluda augurándoles: "Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará" (1Ts 5,23-24).

Es importante tener conciencia de la inquebrantable fidelidad de Dios en nuestra vida sacerdotal. Dios es perpetuamente fiel. La esencia de Dios es la fidelidad: "Yo soy el que soy", dice a Moisés (Ex 3,14), es decir: "Yo soy el que siempre está contigo". Por eso Jesús se autodefine "Yo soy" (Jn 8,28). Y es él el que nos elige, nos consagra y nos envía: "No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero" (Jn 15,16).
Son palabras que nos comprometen, pero al mismo tiempo nos dan serenidad y coraje. Valdría la pena recordarlas en particulares momentos de dificultad o desaliento. Y meditarlas desde el comienzo: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes" (Jn 15,9). "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21).

La vocación es fruto del amor; es importante conservar en la vida la experiencia de este amor con que Jesús nos llama y se compromete.