Oración al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio

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jueves, 24 de marzo de 2016

LA ALEGRÍA DE LA FIDELIDAD, Especial Jueves Santo

ESPECIAL JUEVES SANTO
CARDENAL PIRONIO: LA ALEGRÍA DE LA FIDELIDAD

Para disfrutar este Jueves Santo en que Cristo instituyó la eucaristía y el sacerdocio un artículo que Pironio escribió para la Revista Pastores 1994 (diócesis de Rafaela Santa Fe a cargo de Mons. Franzini)


REVISTA PASTORES. AÑO 1 – Nº 1 Diciembre 1994

"LA ALEGRIA DE LA FIDELIDAD"
Cardenal Eduardo F. Pironio – Roma

"Feliz de Ti por haber creído"
(Lc 1,45)
"Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican"
(Lc 11,28).

1. Con motivo de mis 50 años de sacerdocio he hablado mucho del peso del amor de Dios ("pondus meum, amor meus") y de la alegría de ser sacerdote. 

He sentido necesidad de gritarlo sobre todo a los jóvenes, a los sacerdotes jóvenes o a los sacerdotes no tan jóvenes pero en dificultad. 
Quiero ahora explicar un poco más el sentido de mis palabras. 
Pero quiero hacerlo a modo de simples apuntes o reflexiones que nacen de una larga experiencia sacerdotal. No pretenden ser una "teología de la fidelidad" (de Dios, ante todo, y luego del sacerdote), sino que es un modo sencillo de prolongar mi Magnificat sacerdotal.

Eduardo Pironio en su Ordenación Sacerdotal (Basílica de Luján 1954) (Diario9deJulio)


Desde mi ordenación he dedicado gran parte de mi ministerio a los sacerdotes: a su formación inicial en el Seminario y a su formación permanente en escritos, conferencias y cursos.

Recuerdo con gratitud y cariño mis años de profesor en Mercedes y mi tiempo privilegiado de Rector en Villa Devoto. ¡Cuánta oración y silencio compartido, cuánta cruz gustada, cuánta esperanza madurada!

El Señor me concedió la gracia de trabajar con grandes sacerdotes (algunos de ellos ya muertos) y de peregrinar con ellos por algunas Diócesis y seminarios del país. Se trataba de una especie de cursos itinerantes de formación permanente donde siempre me reservaban el tema de la espiritualidad sacerdotal.

En 1954 estaba yo en Roma cuando, a fines de mayo, canonizaron a Pío X. Recuerdo que durante la larga procesión a pie, desde San Pedro a Santa María la Mayor, acompañando el cuerpo del nuevo Santo, recé constantemente por los sacerdotes y le prometí a San Pío X vivir mi sacerdocio amando muy especialmente a los sacerdotes y trabajando por ellos y con ellos.

No sé si lo he cumplido bien, pero he intentado hacerlo y eso constituye una de mis alegrías más hondas. Porque es como compartir la alegría de mi propio sacerdocio, que es el sacerdocio de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.

Me siento sumamente feliz cuando el Señor me concede la gracia -no tan frecuente en mi ministerio actual- de ordenar un sacerdote. Es un momento central en la gozosa paternidad de un Obispo.

Cardenal Pironio ordena sacerdote a legionario de Cristo (años setenta) 


2. Pero quiero volver al tema propuesto: la alegría de la fidelidad. "Dios es fiel" (cf. 2Tm 2,13). 
Al terminar su primera carta a los Tesalonicenses, el Apóstol Pablo los saluda augurándoles: "Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará" (1Ts 5,23-24).

Es importante tener conciencia de la inquebrantable fidelidad de Dios en nuestra vida sacerdotal. Dios es perpetuamente fiel. La esencia de Dios es la fidelidad: "Yo soy el que soy", dice a Moisés (Ex 3,14), es decir: "Yo soy el que siempre está contigo". Por eso Jesús se autodefine "Yo soy" (Jn 8,28). Y es él el que nos elige, nos consagra y nos envía: "No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero" (Jn 15,16).
Son palabras que nos comprometen, pero al mismo tiempo nos dan serenidad y coraje. Valdría la pena recordarlas en particulares momentos de dificultad o desaliento. Y meditarlas desde el comienzo: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes" (Jn 15,9). "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21).

La vocación es fruto del amor; es importante conservar en la vida la experiencia de este amor con que Jesús nos llama y se compromete.



¿Es que fui yo quién elegí este camino? ¿O es Alguien que lo recorrió primero, me "miró con amor" (Mc 10,21) y me invitó a seguirlo radicalmente dejándolo todo y cargando cotidianamente su propia cruz que ahora se ha hecho adorablemente también mía (cf. Lc 9,23-24)?

Cardenal Pironio JMJ 1987

Hay veces (y ahora es lamentablemente frecuente) en que nos puede entrar la duda: "¿Y si fui yo el que me equivoqué?", "¿Si fui yo el que elegí un camino que no era para mí?"
Yo creo que es una falta de confianza en la inquebrantable fidelidad de Dios o una falta de coraje en mantener nuestra palabra empeñada y nuestro compromiso definitivamente contraído.

Me parece que es una manera fácil de olvidarnos de nuestra alianza con Dios y con los hombres.

San Pablo nos recuerda que "si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo" (2Tm 2,13).
Esto tiene que asegurar y confirmar nuestra fidelidad.

Yo no quiero acusar superficialmente a mis hermanos (sobre todo, a sacerdotes jóvenes) que, por un motivo o por otro, han entrado en crisis profundas y dolorosas (a veces la culpa la tenemos nosotros mismos porque los hemos dejado lamentablemente solos). Sólo quiero ofrecerles mi amistad y mi oración, y recordarles que Dios es irremediablemente fiel.



3. En nuestra vida sacerdotal hay personas y cosas que ayudan a mantener viva la conciencia de la fidelidad de Dios: la familia, los amigos, la comunidad eclesial.

En mi caso personal ha influido mucho mi familia, cristiana y numerosa. Me hizo bien su sencillez y su amor al trabajo. Un clima de oración y confianza en Dios que nos envolvía. Los amigos, particularmente los sacerdotes, han sido un regalo de Dios en mi vida. Siempre he sentido necesidad de sacerdotes amigos y he experimentado el amor de Dios en su presencia; su cercanía espiritual ha sido para mí una exigencia de fidelidad. Es más lo que yo he recibido de mis amigos que lo que haya podido darles yo.

Por eso he hablado tanto de "la alegría de la amistad". En definitiva, es una experiencia continuada del día de nuestra ordenación: "Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre" (Jn 15,15). Creo que es el don más grande en nuestra vida sacerdotal: la cercanía espiritual de los amigos.

Pero, para tenerlos, hay que ser verdaderamente pobres y sencillos. Solo los pobres son capaces de abrirse, con humildad y gratitud, al don de los amigos. Los que se creen algo, quedan irremediablemente solos.

Otra circunstancia que nos ayuda a percibir y gozar la fidelidad de Dios es la propia comunidad eclesial a la que servimos. En ella se nos manifiesta y comunica el amor de Dios que nos exige y reconforta. Pero esto supone en nosotros una serena y constante voluntad de servicio: la edificación de una verdadera comunidad eclesial exige una capacidad de donación total. Entonces nos sentimos libres y felices.
¡Cómo nos ayuda a ser fieles la gozosa respuesta de una comunidad eclesial que nos siente sus "servidores" y constructores, y "presidentes" de su comunión!

4. ¿Cómo hacer para experimentar la alegría de la fidelidad?

a- Ante todo, la oración. Hace falta amar el desierto, la soledad, la contemplación. La vida del sacerdote supone momentos y espacios de silencio profundo, donde solo se perciba la Palabra de Dios y se experimente la acción del Espíritu Santo. Una oración y un silencio compartido, algunas veces, con otros sacerdotes. El sacerdote va descubriendo en la oración la alegría de ser amigo de Dios para los hombres; al mismo tiempo va gustando la alegría de ser, no solo hombre de oración, sino sobre todo "maestro de oración".


Cardenal Pironio (revista Pastores)
edición de este blog 


Particularmente los jóvenes sienten la necesidad de acercarse al sacerdote para pedirle: "enséñanos a orar" (Lc 11,1).

Yo no creo que haya "fórmulas" para aprender o enseñar a orar. Hay ciertamente métodos que pueden ayudarnos a entrar en los secretos de la oración; pero en definitiva la oración supone la experiencia y cercanía del padre y del amigo ("yo los llamo amigos", Jn 15,15). Cuando Jesús intenta responder a la inquietud de sus discípulos les habla del "Padre" y del "amigo": "Cuando oren, digan: Padre..." (Lc 11,2) y luego añade: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche para decirle: "Amigo,... etc" (cf.Lc 11,5-6).

Lo que más impresionaba a los discípulos era la actitud orante de Jesús. De hecho, San Lucas comienza así el relato de la enseñanza del Padrenuestro y de las exigencias de la oración: "Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar..." (Lc 11,1).
Pienso que todos los sacerdotes han tenido esta experiencia: "¿Padre, cómo hace usted para orar?" o ¿cómo es su modo de orar?". Nos resulta difícil (al menos para mí) transmitir "fórmulas" o "recetas". Debiera ser más fácil vivir esta experiencia de los primeros discípulos de Jesús: "Maestro, ¿dónde vives?". "Vengan y lo verán", les dijo Jesús. "Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día (Jn 1,38-39).

b- Una segunda actitud para experimentar la alegría de la fidelidad, es la pobreza: porque el Señor se revela y comunica a los pobres. Pero a los pobres de veras, como María ("mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora", Lc1,47-48).Dios hace maravillas en los pobres, en los humildes, en los sencillos. "Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo y dijo: `Te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido'" (Lc 10,21).
La pobreza verdadera nos pone en total dependencia, apertura y abandono, con respecto a Dios. Uno siente la alegría de no ser nada, de no poseer nada, de no saber nada.

La única sabiduría es la del pobre, la de la cruz, la del Espíritu Santo. Uno siente entonces que Dios está dentro y lo va haciendo todo: cuando predica, cuando celebra, cuando organiza.

Es una pena que habiéndolo dejado todo por el Reino -casa, parientes y bienesno hayamos logrado todavía ser verdaderamente pobres. Siempre hay algo -búsqueda de estima, de éxito, de recompensa- que impide que despeguemos, seamos libres y felices.

Hay veces en que nos sentimos tan seguros de nosotros mismos, tan capaces de organizarlo todo, que perdemos la alegría que alguien nos ayude, que el obispo nos enseñe, que Dios nos perdone. Uno es pobre de verdad cuando sabe aceptar sus límites y reconocer su pecado.
Es el caso de David: "devuélveme la alegría de tu salvación" (Sal 50,14).

c- Pero hay un momento -también un medio privilegiado- en que el sacerdote experimenta la alegría del amor de Dios y la fidelidad a su promesa: es la configuración con Cristo Sacerdote por la cruz pascual. Cristo "se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor... Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó..." (Flp 2,6-11).
 El Misterio Pascual -muerte y resurrección, cruz y esperanza- es esencial en la vida del sacerdote.

El sacerdote "es el hombre de la Pascua": la anuncia en su predicación, la celebra en la Eucaristía, la transparenta y comunica en su vida consagrada.
Tarde o temprano -más temprano que tarde- el Señor lo visita con su cruz. Es un signo de que va bien, de que su vida se hace trasparencia de Jesús y de que su ministerio se va haciendo cada vez más fecundo.

 "Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 12,24). San Pablo lo entendía bien cuando escribía: "Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo" (Ga 6,14).
Es la alegría de sentirse privilegiadamente amado por el Padre y llamado a participar de un modo especial en la Pasión del Señor: "Me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

Por eso es absurdo pensar que hemos equivocado el camino cuando nos visita la cruz. Es el único modo de vivir plenamente nuestro sacerdocio. "Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza", canta la Liturgia en el tiempo de la Pasión; se trata ciertamente de la Cruz adorable de Jesucristo, pero, en ella y desde ella, de nuestra propia cruz cotidiana.

Hay momentos en que la cruz nos resulta particularmente pesada; ojalá que entonces no nos falte la presencia espiritual de algún amigo. Lo necesitamos todos. Lo necesitó Jesús cuando la Cruz se le hizo dolorosamente inminente: "Llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: `Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo'" (Mt 26,37-38).

Ojalá encontremos siempre, en los momentos de soledad y sufrimiento, de crisis de fe y de desaliento, una persona amiga (el Obispo, sobre todo, o algún hermano sacerdote) que nos diga: "No tengas miedo; Dios es fiel".
La cruz no hay que pedirla: es un don que el Señor nos regala el día mismo de nuestra ordenación sacerdotal cuando nos llama sus amigos (cf. Jn 15,13-15).

Es un don oculto y misterioso; hay que saberlo acoger con gratitud y alegría. Cuando se hace más fuerte y evidente, es cuando se hace más íntima y reconfortante la experiencia de la fidelidad de Dios; por eso es el momento de la alegría profunda, serena, contagiosa.

Es el momento en que el sacerdote es plenamente sacerdote.

Podemos estar llorando por fuera, serenos y alegres por dentro. Suelo repetir que sólo tienen derecho a ser felices aquellos que, como María, viven silenciosos al pie de la cruz; es decir, que la alegría verdadera echa sus raíces en la contemplación y la cruz.


5. Conclusión

Quisiera terminar con una invitación a la esperanza. La he predicado siempre en mi largo ministerio sacerdotal.

Recuerdo que cuando prediqué mi Retiro en el Vaticano (1974),

Pablo VI me recibió en Audiencia el último día y me agradeció que hubiese hablado tanto de la Iglesia y del sacerdocio. "También hablé mucho sobre la esperanza", le dije y me atreví a añadir: "Santo Padre, me pareció que, así como usted nos tiene que confirmar a todos en la fe, yo tenía en estos días la misión de confirmarle a Usted en la esperanza" (eran momentos duros en la vida de Pablo VI, el Papa más marcado por la cruz en este siglo).



Beato Pablo VI y el Cardenal Pironio


Pablo VI me miró con sus ojos profundos y luminosos y me dijo: "Y yo se lo agradezco y lo recibo como que viene de mi misionero".

Si hay algo que hoy necesita vivir, compartir y predicar el sacerdote es la esperanza. La esperanza que hay en él (cf.1Pe 3,15).

El sacerdote es el hombre de la Pascua y su misión es construir comunidades pascuales, profundamente animadas por el Espíritu de Pentecostés, es decir, orantes, fraternas, misioneras.
¡Qué bien hace en la Iglesia un sacerdote que irradia serenidad interior, alegría pascual y esperanza inconmovible!

Cardenal Pironio en Cuba (ENEC 1986)


Es la esperanza que se apoya en la resurrección de Jesucristo y en la fidelidad del Padre a sus promesas.

Por eso escribe San Pedro: "Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva" (1Pe 1,3)

Es la experiencia de la fidelidad de Dios que celebra María en el Magnificat: "como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre" (Lc 1,55).

El canto de María es la respuesta a la "bienaventuranza" de su prima Isabel: "Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1,45), es decir "feliz por haber dicho que sí".
Pero María dijo que sí cuando tuvo la experiencia del amor de Dios y de la fidelidad de su promesa: "¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo... No temas, María, porque Dios te ha favorecido... No hay nada imposible para Dios". 

Fue, entonces, cuando María dijo: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho" (Lc 1,26-38). "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14), es decir el Hijo de Dios asumió en las entrañas virginales de María la fragilidad de nuestra carne y quedó consagrado por el Espíritu Santo, Sumo y Eterno Sacerdote.

"Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad", es decir, "pródigo en amor y fidelidad" (Ex 34,6).
Yo termino aquí mis sencillos "apuntes" sobre "la alegría de la fidelidad". Es la alegría de la fidelidad de Dios a sus promesas: "Dios es fiel". Es la alegría, serena y honda, del sacerdote que ha vivido siempre en la pobreza, la contemplación y la disponibilidad de María, la humilde servidora del Señor.

En el corazón de María -la pobre, la contemplativa, la fiel- dejo a todos los sacerdotes que he conocido en mi vida y en mi ministerio sacerdotal.
Por todos rezo y a todos repito: "No tengan miedo. Dios es fiel", y no se cansen de proclamar con la vida y la palabra "la alegría de la fidelidad"

+ EDUARDO CARDENAL PIRONIO (1994)




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