Oración al Siervo de Dios Cardenal Eduardo Pironio

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lunes, 21 de enero de 2019

Cardenal Pironio discurso en la JMJ Manila 1995

Palabras del Card. Eduardo Pironio a S.S Juan Pablo II

X Jornada Mundial de la Juventud Manila , 14 de enero de 1995

Manila , 14 de enero de 1995 

Querido Santo Padre:
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias» (E 52,7).

Cardenal Pironio en la Vigilia de la JMJ Manila - Luna Park - 1995

.Gracias por habernos convocado en Manila. Gracias por haber venido y habernos traído la riqueza de su sufrimiento. 
¡Cómo quisimos aliviarlo en su dolor! Pero sabemos, que eso es ahora su profecía. Profecía más clara y más fecunda. Tal vez, la decisiva para la paz del mundo.
Escucharemos su palabra que nos ilumina y hace fuertes; participaremos en su eucaristía e intentaremos beber en su propio cáliz Pero, sobre todo, queremos ser fieles a sus exigencias. Continuaremos en exigirnos en la santidad y en la misión misión.
Los jóvenes quieren al Papa, porque saben que el Papa quiere a los jóvenes
Usted ha vuelto a repetirles: « Ustedes son mi esperanza ». Gracias, Santo Padre, por su confianza y su fidelidad.

Nosotros hemos venido a orar con usted (no importa si hemos hecho tantos kilómetros a verlo aunque sea desde lejos (porque sabemos que estamos con « el dulce Cristo en la tierra »), a manifestarle nuestro amor por la Iglesia, por el Papa y por el mundo a través de palabras y de gestos, de oraciones y de cánticos de testimonios y de silencios.

Santo Padre, nada más! Sólo queremos decirle que rezamos con usted, que rezamos por usted, que esperamos con usted la buena noticia de la paz. Y que a nosotros, los jóvenes mensajeros de la paz en un mundo lacerado por el odio y la violencia, nos confirme en nuestra fe y nos envié de nuevo por el mundo.
« Como el Padre me envió a mí así yo os envió ».
Gracias, Santo Padre.



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Fuente: Biblioteca Electrónica Cristiana -BEC- VE Multimedios // catholic.net
Corrección por : cardenaleduardopironio.blogspot.com --
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martes, 1 de enero de 2019

MEDITACIÓN SOBRE LA ALEGRÍA

LA ALEGRÍA DEL CORAZÓN

“Un corazón alegre es la vida del hombre y el gozo alarga el número de sus días”  (Eclo. 30, 22).


He abierto la Sagrada Escritura buscando un tema para proponer a la vida consagrada como principio de meditación y oración. Salió, sin pensarlo, la página del Sirácida en que senos habla de “la alegría del corazón” (Eclo 30, 21–25). 

Me pareció providencial. Hoy hace falta que nos hablen de la alegría; pero de la alegría profunda y duradera, la que nace de la contemplación y la cruz, la que es fruto del amor, de ese amor de Dios que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). San Pablo enumera esta alegría entre los primeros frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz” (Gál 5, 22).

Los que hemos nacido de Dios –los que somos hijos y experimentamos el amor del Padre– no tenemos derecho a vivir en la tristeza. Mucho menos lo tenemos los que hemos sido particularmente alcanzados por Cristo Jesús (Flp 3, 12), es decir, providencialmente amados y consagrados para testificar el amor.

I

“No dejes que la tristeza se apodere de ti ni te atormente en tus cavilaciones” (Eclo 30, 21). 
Se me ocurre que la tristeza se apodera de nosotros cuando nos falta oración o cuando nos encerramos peligrosamente en nosotros mismos. Los discípulos de Emaús “conversaban y discutían” entre ellos, pero algo impedía que sus ojos reconocieran a Jesús que caminaba con ellos: “se detuvieron con el semblante triste” (Lc 24, 15–17). 
La tristeza enturbia los ojos de la fe y nos impide ver a Jesús que camina con nosotros, que está dentro de nosotros, nos habla y nos sostiene. 
El Apóstol Santiago nos da una receta práctica, de efectos inmediatos: “Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos” (Sant 5, 13). La oración serena y hace fuertes –porque el Señor está allí–, nos ilumina por dentro y dilata el corazón. Por eso los contemplativos poseen el secreto de la verdadera alegría.

“Aparta lejos de ti la tristeza, porque la tristeza fue la perdición de muchos y no se saca de ella ningún provecho” (Eclo 30, 23). 
La tristeza aprisiona el corazón y lo paraliza.