Homilía de monseñor Eduardo Pironio
para el Domingo de Ramos
Por ese entonces todavía obispo auxiliar de La Plata faltaba apenas semanas para que Pablo VI lo nombrará obispo titular de Mar del Plta (abril 1972)
Evangelio [ Is.
50,4-7 / Sal 21 / Flp 2,6-11 / Mt 26,3-5.14-27,66 ]
FUENTE Abadía de Santa Escolástica (San Fernando, Buenos Aires) dónde se encuentra todo el archivo del Siervo de Dios.
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26 de marzo de 1972
Siempre
la palabra del sacerdote para que sea válida y fecunda y dé vida, tiene que ser
sencillamente la Palabra del Señor, pero de una manera muy particular en este
día Domingo de las Palmas o de Pasión, o de los Ramos, en que entramos en el
santuario de la Semana Santa, la mejor palabra es la Palabra del Señor.
Hemos
escuchado tres lecturas, las tres nos han pintado lo mismo: Jesús, el servidor
del Padre que entrega su vida para salvar a los hombres; el misterio de la
muerte, el misterio de la Resurrección de Jesús. Entramos ahora en esta
celebración.
Yo
quisiera que sobre todo la lectura de la Pasión quedara resonando hoy y toda
esta semana en nuestro interior, por eso no quisiera empañar en lo más mínimo
la sencillez del relato evangélico, quisiera que el Espíritu Santo nomás nos hiciera
gustar bien profundamente esto que acabamos de escuchar y que nos ha conmovido
por dentro y sobre todo que nos ha comprometido.
Pero
precisamente para eso, para que fraternalmente nos comprometamos a responder a
esta palabra de Jesús, yo quisiera hacer estas tres preguntas:
1-
¿Qué significa este Domingo de Pasión, de Ramos, de Palmas, y cómo nos
compromete?
2-
¿Cómo hemos de vivir esta semana verdaderamente santa y definitiva para
nosotros y para la historia?
3-
¿Qué puede significar para mí la Pasión de Jesús en alguno de los personajes
que aparecen en el relato de la Pasión?
En primer lugar, ¿qué significa para mí este
Domingo de Ramos, de Palmas, de Pasión?
Tenemos
los ramos en las manos, los hemos bendecido y tienen una doble significación.
Es la
expresión de que Jesús es lo único que importa, que Jesús es el Señor, que Jesús
es el Rey, es el dueño de mi corazón, de mi familia, de mi casa, de la
historia, del mundo.
Al
entrar Cristo triunfalmente en Jerusalén, sabiendo sin embargo que este triunfo
tiene que pasar necesariamente por la cruz, me enseña que Cristo es lo único que
importa y que yo seré definitivamente feliz en mi vida si hago de Cristo la
opción única.
Sea obispo, sea religiosa, sea laico, donde quiera que esté,
cualquiera sea mi camino, cualquiera sea la tarea concreta que tengo que
desarrollar, lo único que importa en definitiva es Cristo.
En
segundo lugar, el ramo, la palma, que yo llevo en la mano, lo llevaré después a
casa, lo pondré en mi habitación, como un signo de la bendición y de la
protección particular del Señor.
Recordaré que Dios está allí, que Dios viene conmigo, viene a mi
tarea cotidiana, viene a mi casa, viene a mi familia, viene a mi problema para
iluminarlo, viene a mi cruz para serenarla, viene a mi alegría para
equilibrarla, viene a mi vida para darle sentido.
Es un
signo de la protección del Señor. Un signo de que Dios está.
Y que
Dios no está como huésped ausente sino como Padre que interviene, guía,
conduce. Es un signo de tranquilidad, de seguridad, no de pasividad como
descargándole toda la cosa a Dios, pero sí como un signo de que Dios está.
Entonces,
el ramo significa sencillamente eso: por un lado, que nosotros cantamos el
triunfo de Cristo, lo acompañamos como Rey que es, pero al mismo tiempo
decimos: Cristo es lo único que importa, y mi vida no tiene sentido donde
quiera que esté si no es centrada en Cristo. Y en segundo lugar, lo llevo a mi
habitación, o a mi casa, y este ramo me asegura una protección, una bendición
muy especial de Dios Padre de Misericordia.
Eso
celebramos hoy. Pero al mismo tiempo con este Domingo de Ramos entramos en la
semana verdaderamente santa del año que culminará la gran noche de la Vigilia
Pascual.
Todo
está encaminado a vivir el gozo profundo de la Vigilia Pascual.
¿Qué pasará en esa noche de la Vigilia Pascual?
Una
luz nueva, un agua nueva, un pan nuevo, el Cristo Resucitado, Hombre nuevo,
pero sobre todo yo tendré que ser en Cristo Jesús nuevo.
Yo
tendré que nacer de nuevo, tendrá que nacer en mí una luz nueva, una luz de fe,
una luz de esperanza, una luz de amor.
Fe
luminosa para descubrir a Cristo que sigue viviendo en la historia y en el
rostro de mis hermanos. Esperanza firmísima para saber que Jesús está conmigo
hasta el final, que no tengo que tener miedo y temblar y asustarme. Amor muy
ardiente que me lleva a entregarme en una actitud muy sencilla de servicio
alegre a mis hermanos. Seremos hombres nuevos si en nosotros la noche de la
Vigilia Pascual habrá una fe más viva, una esperanza más sólida y un amor más
alegre y generoso.
Pero
entonces, ¿cómo tengo que vivir yo esta
semana preparando la gran noche de la Vigilia Pascual? ¿Cómo tengo que hacer?
Meterme bien adentro de Cristo que en la oración glorifica al Padre, de Cristo
que en la cruz redime al mundo, de Cristo que da la vida por los demás. Es
decir, una actitud de mucho silencio y oración, una actitud de mucha alegría en
la cruz y una actitud de mucha generosidad en el amor, en la caridad.
Una
actitud de mucho silencio en la oración.
Hoy
hemos recordado la oración de Cristo en el huerto. Cristo ora muy brevemente
pero muy intensamente, con una conciencia muy filial: Padre, si es posible que pase esto, pero si no es posible, que se haga
tu voluntad ante todo, que es lo único que importa.
¡Qué
oración más linda, más breve, más intensa, más filial, más serenante! Padre, si
es posible. Pero no se haga mi voluntad, no se haga mi voluntad.
Entonces
esta semana vivirla más en clima de silencio y oración. Por supuesto, seguirá
la vida como siempre y habrá que ir al trabajo o habrá que estar en casa o
habrá que conversar con los demás, pero adentro tiene que haber un silencio
mucho más profundo para escuchar la palabra del Señor.
Sobre todo, ¡qué lindo si todos los días leyéramos un trozo de
la pasión de Jesús! Hoy la hemos leído toda. ¡Qué bueno ir después recogiendo
un trocito cada día de esta Pasión de Jesús y meditarla y hacerla nuestra! Pero
vivir en clima de oración.
Después
meternos en la cruz y saborearla. ¡Qué bueno es saborear el cáliz del Señor!
Cada
uno de nosotros tiene ciertamente un sufrimiento, una cruz. Ciertamente. Si no
nuestra vida sería demasiado vacía, el Padre no nos habría configurado muy
fuertemente a Jesús.
Cada uno tiene una cruz y esa cruz es muy fuerte aún cuando
externamente para los que miran de afuera sea una cosa superficial y fácil,
para el que la está viviendo es tremendamente aguda. Bueno, esta cruz mía es
una partecita de la cruz verdadera de Jesús, porque Jesús prolonga su Pasión en
la historia, prolonga en mi cruz, en el sufrimiento de mi hermano y en el dolor
de la Iglesia: Cristo prolonga su pasión.
Saborear esta cruz pero con un sentido pascual. Que la cruz no
me oprima, que no me aplaste, que no me destruya. Saber que solamente de la
cruz brota la resurrección, la vida y la esperanza. Por consiguiente, meternos
en la cruz del Señor y saborear en silencio esta semana el misterio de la
muerte y de la cruz de Jesús, es vivir nuestra propia cruz con un sentido
pascual, con un sentido de esperanza. Tiene que haber mucho recogimiento esta
semana pero nada de tristeza porque la tristeza en definitiva no es cristiana.
Puede haber un dolor muy hondo pero todo tiene que estar iluminado con la
seguridad firmísima de la esperanza.
Y por
último, otro sentimiento con que tiene que ser vivida esta semana es la
entrega, o sea, Cristo se entrega. Hemos escuchado cómo Cristo toma el pan,
toma el vino y lo entrega y dice: esto es mi Cuerpo que será entregado, esta es
mi Sangre que será derramada.
Es
una entrega la Pasión de Jesús. ¡Qué bueno es darnos, darnos! Un sentido de
entrega total a Dios, nuestro Padre y a los hombres, nuestros hermanos. Es
aquello de Jesús: no hay amor más grande que el de aquel que da la vida, que el
de aquel que se entrega.
Entonces, si queremos vivir esta Semana Santa bien, en una
actitud de entrega, de donación, de total muerte a nosotros mismos para dar la vida,
estos tres sentimientos:
– silencio muy profundo de oración,
– saborear la cruz y
– entregarnos de veras.
La
tercera pregunta muy sencilla era: ¿qué significa para mí la Pasión y cómo me
puedo reconocer en alguno de los personajes?
Estamos
acostumbrados o a mirar la Pasión como algo demasiado lejano o como lago
demasiado extraño que ocurrió… incluso cuando yo estaba leyendo recién la
Pasión pensaba: y esto ¿no será una novela, no será un cuento? No. Esto es
real.
Todo esto pasó una vez hace dos mil años en tierras sencillas
como las nuestras, en la pobreza de Judea, en Palestina, en la tierra que ahora
es Tierra Santa porque la pisó Jesús. Allí vivió alguien que se llamó Jesús de
Nazaret, a quien los hombres crucificaron y el Padre le devolvió la vida y lo
hizo Señor para su gloria. Allí vivió también una sencilla mujer de pueblo, una
mujer que iba todos los días a sacar agua de la fuente y se llamó María. Todo
esto pasó. Y entonces yo me pregunto: esto pasó hace mucho, esto no es algo
extraño, esto pasó. Pero al mismo tiempo vuelve a pasar, o sea, esta Pasión
vuelve a prolongarse.
Cristo sigue viviendo en la historia. Decía recién vive en mi
dolor, vive en el dolor de la Iglesia, vive en el sufrimiento de la historia,
en el sufrimiento de los hombres. ¿Qué significa para mí la Pasión?
¿Sencillamente ponerme a meditar y decir cómo padeció Jesús?
¿O descubrir a este Jesús que sigue sufriendo en mi hermano, en
mi hermana, en la Iglesia, en los hombres, en mí?
Y tengo que tener suficiente capacidad para descubrir a ese
Señor que sufre y entregarme de veras.
Pero yo tengo que reconocerme después en alguno de los personajes
de la Pasión. No sé si a todos se les habrá ocurrido como a mí muchas veces: ¿y
qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús?
Porque
pudo haber sido. ¿Qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Y nos
hubiese gustado vivir en tiempos del Señor. Yo diría, nosotros no hemos elegido
vivir ahora o vivir entonces; eso fue designio de Dios. Pero lo que es
certísimo es que si nosotros no hemos vivido con Él, Él vive con nosotros. Eso
es certísimo. Él sigue viviendo con nosotros.
Pero,
¿qué tal si nosotros lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos de carne,
hubiésemos conversado con Él, lo hubiésemos visitado, qué pasaría? ¿En cuál de
los personajes nos ubicamos? ¿Seríamos igual que María Santísima, nos
encarnaríamos en María Magdalena, en María la madre de Santiago y de Juan? ¿O
nos encarnaríamos en la audacia de Pedro, aquel a quien le faltó pobreza y
desafió demasiado y después probó sus propios límites y sus propias miserias?
¿Yo
me reconocería -ciertamente que no- pero podría también reconocerme en la
fragilidad de Pilatos o en el espíritu negativo de Judas? ¿En cuál de los personajes de la Pasión podría estar yo?
¿O
estaría sencillamente en todos los discípulos que todos dijeron: aunque todos
te dejen yo no -todos empezaron a decir- y todos cuando llegó el momento
dispararon? ¿En cuál de los personajes?
¿O
tal vez el Señor me daría a mí el privilegio de ser como Juan y el poder
recostar mi cabeza en su costado?
No
sé. Pero cada uno que tome la Pasión y que trate de descubrir su postura.
Pero
nuestra postura tiene que ser, en definitiva, una sola. La postura de María. De
María serena y fuerte al pie de la cruz, sin aplastarse. Bien cerca. De María,
bien dolorida pero al mismo tiempo bien serena. Y de María que a cada rato le
vuelve a decir al Padre que sí: por eso Jesús puede realizar el misterio de su
muerte y de su resurrección.
Yo les deseo desde ya una Semana Santa muy fecunda,
extraordinariamente fecunda para que tengan una feliz Pascua, para que la noche
de la Sagrada Vigilia sea extraordinariamente luminosa para todos: para ustedes
y para mí y para toda la Iglesia y para todo el mundo.
Que así sea.
26 de marzo de 1972
+ EDUARDO FRANCISCO PIRONIO - SIERVO DE DIOS