JUBILEO
EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
“MISERICORDIOSOS
COMO EL PADRE”
EN ESTE DOCUMENTO DE 1975 EL CARDENAL PIRONIO
EXPLICA EL SIGNIFICADO DE LA CONVERSIÓN Y LA MISERICORDIA. UNA REFLEXIÓN IMPRESCINDIBLE PARA "RUMIAR LA PALABRA DEL SEÑOR" COMO DECÍA EL CARDENAL.
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CARTA DE CUARESMA DEL CARDENAL PIRONIO
12 de febrero de 1975
¡Qué gracia de Dios tan inmensa poder celebrar otra
vez este comienzo de la Cuaresma, vivir en la intimidad con Jesús en el
desierto configurándonos cada vez más con el Cristo muerto y resucitado, caminar
durante cuarenta días hacia la luz de la Pascua!
El Señor nos dará la gracia de vivir otra vez este
año la Vigilia Pascual; será la gran noche, la noche más luminosa que el día,
la noche que une lo divino con lo humano, el cielo con la tierra. Será la gran
noche en que nos sentiremos definitivamente nuevos: una nueva creación en
Jesucristo por la acción del Espíritu.
Pero todo eso supone un trabajo muy lento, muy hondo, muy transformador,
de Cuaresma auténticamente vivida.
Yo quisiera que comprendiéramos sobre todo qué significa entrar en la
Cuaresma, vivir en la cuaresma; y qué significa hoy marcar nuestra frente con
la ceniza para caminar hacia la pascua.
Toda la Cuaresma es tiempo de conversión.
Es el Profeta Joel el que en la primera nos grita la conversión.
“Conviértanse a mí de todo corazón, dice el señor, con ayuno, con
llanto, con luto; rasguen los corazones, no las vestiduras, conviértanse al
Señor Dios”.
Esta conversión tiene que ser dada por dos motivos.
Hay dos aspectos en esta conversión.
Un primer aspecto es la conciencia muy honda, muy clara,
muy dolorosa, pero al mismo tiempo muy serena, de todos nuestros pecados. Hemos fallado al señor tantas veces, no hemos
realizado con fidelidad su plan.
El Señor nos ha hablado cada mañana y no hemos recibido adentro la
palabra, no hemos sido profundos en la oración, no hemos sido serenos en la
cruz, no hemos sido alegres en la caridad fraterna, no hemos descubierto a cada
rato el rostro de Jesús y no nos hemos entregado por eso a la realización de su
plan.
¡Cuantas fallas en nosotros, cómo nos ha tocado y ensuciado el mundo! el
mundo con todo lo que tiene de superficialidad, de sensualidad, de división, de
egoísmo… Todo eso se nos ha metido demasiado adentro.
Hoy es el día y es el tiempo que se inicia de
gracia y de salvación: para limpiar, para purificar, para unir lo que estaba
dividido, para reencontrar al padre que estaba oscurecido.
Tenemos que meditar mucho la parábola del hijo pródigo. La conocemos
mucho y la hemos explicado muchísimas veces; pero volvamos a aplicárnosla otra
vez a nosotros mismos. No es tanto la parábola del hijo pródigo, cuanto la
parábola del Padre de las misericordias. Lo que se destaca más allí y lo que
quiso subrayar el señor es la actitud del Padre. Del padre a quien le duele la
ausencia y la partida del hijo, pero lo busca. Del Padre que sale a la puerta y
contempla en la lejanía cuándo regresa. Del Padre que no lo deja hablar al
chico, sino que alarga sus brazos, lo abraza y le dice: “No contemos más con el
pasado, basta, lo que importa ahora es que has regresado”. El Padre que manda
hacer la fiesta porque todo es nuevo. En el hijo hay esta reflexión: “en la
casa de mi padre se vive tan bien, hay tanta paz, tanto pan, tanta alegría,
tanta esperanza, me volveré e iré a la casa de mi padre”.
Pero todo esto supone en nosotros una clara
conciencia de nuestro pecado, y al mismo tiempo una conciencia muy clara del
Padre de la misericordia.
Yo decía que la conversión estaba hecha de dos elementos, o que tenemos
que volver al padre por dos motivos.
En primer lugar, la conciencia de que nosotros nos
hemos apartado, o de que hay algo
en nosotros que no ha caminado bien, que no camina bien. Hay algo de
infidelidad en nuestra respuesta al plan del Padre, hay algo de alejamiento y
de encerramiento en nosotros mismos; y eso nos hizo sentir muy solos y muy
tristes. La tristeza y la soledad del hijo pródigo, del vacío de su vida y de
que no tiene aquello que en la casa del Padre tenían los servidores.
Pero hay otro aspecto que es el que quiero señalar y es éste que marca
el Profeta Joel: “Conviértanse al Señor Dios porque es compasivo y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y se arrepiente de las amenazas.”
¿Por qué tenemos que volver a Dios? Porque es
Padre, porque es padre de misericordias; y el alegrón más grande que podemos
darle es volver; porque él es compasivo y misericordioso.
Ésta es la definición que aparece ya en el Éxodo dada a Moisés por el
mismo Señor que atraviesa toda la Biblia. El Dios que se muestra es el Dios
amor, el Dios compasivo, el Dios misericordioso. No es el Dios de la venganza,
no es el Dios del castigo. Sí es el padre de la corrección, que golpea y que
crucifica para que los hijos despierten y vuelvan; pero no es el Dios de la
destrucción, sino el Dios de la vida.
Es el Padre compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en
piedad.
Qué bueno es acercarnos al Señor sabiendo de veras que el Padre tiene
más gusto en recibirnos que el que experimentamos nosotros en regresar.
Pero esta conversión supone un encuentro muy hondo
con el Padre en el silencio de la oración, y un encuentro con el hermano en la
alegría de la caridad. Una conversión auténtica supone ahondar mucho estos dos
aspectos. Encontrar al Padre en el silencio de la oración, el Padre está allí y
Él que está adentro te escuchará.
¡Que hermoso todo el evangelio de hoy!
Es que el padre está allí, está adentro: es el Padre bondadoso,
compasivo, rico en misericordia. Él está allí. La conversión es un encuentro
con Él. Eso supone entonces una vida de oración muy honda, muy personal, muy
viva, muy transformadora. Y supone, en el Señor, un encuentro con los hermanos.
Por eso toda conversión es reconciliación. “Si al tiempo de presentar tu
ofrenda ante el altar te acuerdas que un hermano tuyo tiene algo contra ti,
deja la ofrenda, vete a reconciliar con tu hermano y después presenta la
ofrenda.”
Piensen si no hay muchos hermanos, no solo aquí sino afuera, dejados en
la ciudad o en el campo, en la escuela, en la casa, en el pueblo. ¡Cuántos
hermanos que tienen algo contra nosotros! Porque hemos pasado al lado de ellos
y no nos hemos preocupado de su tristeza, de su soledad, de su desaliento.
La conversión supone un encuentro, una
reconciliación con nuestros hermanos.
Entonces hoy, al mismo tiempo que deseamos una oración más profunda
porque es el encuentro sabroso con el Padre, comprometemos nuestro encuentro
con el hermano, en un servicio muy amplio, muy generoso, muy leal, muy alegre.
Muy alegre. La cuaresma tiene que ser tiempo de alegría.
Pero ¿Cuáles son los elementos esenciales de la Cuaresma? Es un tiempo
de conversión. ¿Cuáles son los elementos esenciales de la Cuaresma de
conversión?
El evangelio nos pinta tres elementos que son la conversión, el ayuno y
la penitencia, que en sentido total, en sentido muy profundo, es la oración y
es la caridad. Son tres elementos.
Primero la penitencia.
La penitencia en sentido muy hondo de transformación, de cambio.
Algo tiene que transformarse; lo que el evangelio llama la metanoia: cambio
de mentalidad, cambio de corazón, cambio de actitudes.
Penitencia en el sentido muy hondo de la palabra.
Pero penitencia también en el sentido de privación, de austeridad.
Nos hemos olvidado un poco de este aspecto de austeridad de nuestro cristianismo.
El Señor nos está exigiendo que vivamos más en austeridad, en la pobreza,
en el renunciamiento, en la muerte; sobre todo en la alegría de aceptar todo
aquello que adorablemente Él nos va dando.
Un primer elemento para vivir con autenticidad la Cuaresma es el espíritu
de mortificación.
Espíritu de mortificación que lo podemos concretar en tantas pequeñas
cosas: lecturas, fiestas, salidas. En fin: un poco más de austeridad.
Segundo aspecto, la oración.
Realmente la Cuaresma es un tiempo de oración.
“Busquen al Señor ahora que puede ser encontrado, llamen ahora que está
cerca”, dice la sagrada Escritura. El Señor está y se nos muestra, se nos
comunica y se nos entrega.
Es el tiempo de la oración.
Yo les insisto mucho en que sean almas muy hondas, muy
profundas, muy contemplativas.
Pero la oración sobre todo en este tiempo de
Cuaresma, tiene que ser una oración con lágrimas; es decir una oración muy
serena, pero al mismo tiempo de mucho arrepentimiento.
Una oración que sirve para rumiar la Palabra del
Señor, para meditar mucho la escritura…
Meditar cada día las lecturas tan ricas, tan
sabrosas de la cuaresma.
Oren, oren, oren personalmente; oren en grupos,
oren comunitariamente, multipliquen los grupos de oración.
El tercer elemento es la caridad.
Es el elemento cumbre de la cuaresma.
No se trata simplemente de dar una limosna: se trata de vivir uno en
función de entrega, de donación, de servicio a los demás. La limosna es nada
más que una expresión de nuestra entrega mucho más profunda. Pero todo esto lo tenemos
que hacer en silencio, en lo secreto, con alegría: que no sepa tu mano
izquierda lo que hace la derecha. Sin tocar las trompetas; pero vivir en una
actitud muy serena, muy gozosa de caridad.
Tres elementos.
Penitencia que es cambio y es mortificación. Oración que es buscar al Señor y rumiar su palabra,
meditarla con lágrimas, es decir, con arrepentimiento. Y finalmente la caridad
que es donación, que es servicio, que no es simplemente dar cosas. Podemos dar
mucho dinero, podemos dar muchas cosas que nos sobren. Hasta que no nos hayamos
dado nosotros mismos en la ininterrumpida y gozosa donación de cada día, no
habremos amado bien.
Pero la Cuaresma finalmente tiene que ser tiempo de
serenidad y de gozo. No es tiempo de angustia.
Entramos en un tiempo penitencial, en un tiempo muy
serio y muy hondo; es un tiempo muy sereno.
Sereno porque el Señor está. Sereno porque el Señor
nos busca; sereno porque el Señor está más cerca de nosotros que nunca y nos
hace experimentar que es misericordioso y compasivo, lento para la cólera y
rico en gracia y en fidelidad.
Y es un tiempo alegre. La Cuaresma tiene que ser un
tiempo alegre, no un tiempo triste. ¿Por qué?
Tiempo alegre por tres motivos: en primer lugar porque vamos hacia la Pascua: ya
llega la Pascua y la Pascua es Explosión de alegría. La Cuaresma es preparación
para la pascua; tiene que anticipar la alegría, una alegría muy de adentro, muy
honda, una alegría que nace del silencio y de la Cruz, pero una alegría verdadera.
En segundo lugar el tiempo de Cuaresma es alegre
porque es el tiempo de la conversión, y la conversión engendra alegría. Ustedes han experimentado en su vida siempre esto.
Luego de una confesión bien hecha ¡qué alegría se siente…! Uno
experimenta necesidad de gritarla a los hermanos. Es la alegría del reencuentro
con el Padre, es la alegría de la reconciliación con el hermano.
Tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, por consiguiente, de alegría.
Tercero: el tiempo de Cuaresma es tiempo de
caridad, tiempo de plenitud en la caridad; y la caridad engendra como primer
fruto, la alegría. Es que
los frutos del Espíritu son caridad, alegría y paz.
El fruto interno, inmediato de la caridad es la alegría. Si uno vive en
plenitud de amor durante la Cuaresma, tiene que estar necesariamente alegre.
Todo en un ambiente de sencillez cotidiana, de serenidad.
Les recomiendo mucho que relean el texto del evangelio. Como el Señor
pide que tanto la limosna, o sea la caridad, como la oración, como el ayuno, o
sea la penitencia, la mortificación, todo se haga en un clima muy de
normalidad, muy en lo secreto, sin trompetear nada.
“Cuando ayunen perfumen su cabeza – dice el Señor- no pongan el rostro
triste y amargado”.
Que el Señor nos haga vivir hoy esas realidades. Marcaremos ahora las
frentes con las cenizas indicando que comenzamos el tiempo solemne de la
penitencia; pero como camino hacia la Pascua. Que vivamos este día con un
agradecimiento muy hondo al Señor, que nos concede vivirlo así: juntos, comunitariamente.
Y vayamos comunitariamente también hacia la gran
Vigilia Pascual. Esa noche estaremos cada uno en su lugar, en su puesto, en su
parroquia, en su pueblo, en su casa; pero nos sentiremos misteriosamente unidos.
Todos cantaremos a la luz del Cristo que ha resucitado, y experimentaremos el
agua viva que salta hasta la vida eterna: el agua de nuestro Bautismo, porque
esa noche comprometeremos otra vez al Señor nuestra entrega renovando las
promesas bautismales.
Y ahora vamos caminando con María, la Virgen de la
cuaresma, la Virgen de la oración, la Virgen de la penitencia y de la Cruz, la
Virgen de la donación y del servicio. Vamos caminando con ella hacia la Pascua
con sencillez y con alegría de corazón, viviendo intensamente estos tres
elementos: una austeridad serena y gozosa; una oración contemplativa muy honda
de encuentro con el Señor; una caridad festiva y gozosa que sea donación y que
sea servicio.
Que la Virgen de la Cuaresma nos acompañe.
+ Eduardo Cardenal Pironio
Siervo de Dios, intercede por nosotros!!!
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