Santa Misa 18º aniversario del Cardenal Eduardo Pironio
Homilía de Mons. Eduardo. H. García
Obispo de San Justo Asesor Nacional A.C.A.
Basílica de Luján, 7 de febrero de 2016
Si bien en nuestro tiempo, el fenómeno de la exclusión social se ha ido
agudizando, podemos decir que no es algo nuevo. Prácticamente desde el
comienzo de las civilizaciones, todas las sociedades, ya sea desde los ámbitos
económico, cultural o religioso, originaron espacios de exclusión, que lleva a la
misma sociedad a ser una organización de individuos aislados, temerosos del
sistema, desconfiados de su vecino, competidores de sus pares y, eventualmente,
enemigos potenciales de todos.
Paradójicamente, desde que nacemos, sobrevivimos gracias a que confiamos; de
manera casi innata, en aquél que nos cuida y busca nuestro bien. Toda nuestra
vida está hecha de actos de confianza de unos en otros. Se confía cuando se cree
que el otro, es alguien que en sí mismo merece la pena, es valioso y amable.
Los cambios más profundos en la vida, se dan cuando el amor supera la estricta
justicia, cuando la misericordia va más allá de lo humanamente esperado.
Hoy todos los textos nos hablan de elección y de confianza: el profeta Isaías,
Pablo, los apóstoles, Pedro.
Hay una mirada de Dios que supera los cálculos y las
expectativas humanas; un deseo profundo que apuesta y confía mucho más de los
que los mismos elegidos confían.
En esta Misa a los pies de la Virgen de Lujan, nos reunimos a celebrar y a dar
gracias por la vida del siervo de Dios, Eduardo Pironio.
Aquí en Luján, bajo la
mirada de la Virgen, fue consagrado sacerdote y obispo, se despidió de su tierra
cuando comenzó a servir a la Iglesia desde la Santa Sede, regresó como peregrino
muchas veces, y es éste lugar, el que él mismo eligió para su descanso en el
Señor.
No llegamos hasta aquí a recordar, porque no se puede simplemente hacerlo con
aquellos que han pasado por la vida dejando una huella, un camino, que han
grabado como a fuego una parte de la historia y dentro de esa historia, la vida
de muchos hombres. Sería una falta de respeto al don de Dios confiado a los
hombres en el Padre Pironio- como le gustaba ser llamado por los seminaristas y
los jóvenes- el simplemente recordarlo.
Su presencia, como la de todos los
hombres de Dios, está viva en la Iglesia, a la que amó y por la que se entregó sin
medida.
A imagen del Padre, fue Padre que tocaba las fragilidades con ternura, con
mirada limpia, transparente, pacificadora, con una sonrisa dulce que nunca se
borraba, aún en los momentos de más oscuridad y prueba. Un Padre al que no le
alcanzó escuchar y hablar, sino que hizo camino con sus hijos con la fuerza
arrasadora, pero no violenta, del Evangelio encarnado.
Un Padre testigo de Jesús, testigo de Cristo, de un Cristo Pascual, porque pasó
por la cruz y la muerte por amor, y mostró lo que era vivir el gozo anticipado de
la resurrección; como decía su lema Episcopal: “Cristo entre ustedes, la
esperanza de la gloria”.
Fue testigo con su muerte, y eso es un mártir. En su testamento nos dice que el
Cardenalato es una vocación al servicio pastoral y a la paternidad, y una
vocación al martirio. Pero el Cardenalato no hizo otra cosa que confirmar lo que
fue toda su vida.
No fue mártir porque derramó su sangre de una vez, ni por los sufrimientos de los
últimos meses, que podría compartirlos con tantos otros enfermos. Su martirio y
su muerte fueron muy largos y lentos, a lo largo de la vida, sin una queja, sin un
reproche, sin devolver ofensas, sino poniendo la otra mejilla; y en muchas
ocasiones mirando por la noche muy tarde, y hasta el amanecer la ventana
iluminada de la habitación de Pablo VI, pensaba que había alguien que tenía
mayores problemas y que sufría más que él.
Sufrió mucho por amor a la Iglesia, sufrió mucho por el bien de la Iglesia, sufrió
mucho por causa de la Iglesia. Amó a la Iglesia y sufrió con la Iglesia, Pero el suyo
era un sufrimiento pascual que lo purificaba, regalándole un amor más
misericordioso y transparente. De cada dolor salía renovado y también
reconocido por la Iglesia, su Madre.
Como san Pablo: se alegraba de poder sufrir por los padecimientos que
soportaba por amor a su pueblo. Y lo hizo con un amor tierno, con alegría honda,
amasada en ese mismo sufrimiento.
Por eso su vida nos invita a vivir en la Iglesia pascual: que surge en Pentecostés,
después de la cruz y la resurrección.
Creyó firmemente en la Iglesia que expresa
y comunica a Cristo, el salvador del mundo, y estuvo convencido de que toda
renovación auténtica en la Iglesia se da por una honda transformación en Cristo.
Sobre todo por los caminos del amor hecho oración, hecho servicio. Es inútil que
hablemos de ‘actualización’ en la Iglesia si el Espíritu no nos lleva a la
profundidad de la contemplación, a la serenidad de la cruz y a la alegría del
amor fraterno”.
Como Jesús en la cruz, tuvo siempre a su lado a una Madre: María.
Lo primero
que conocí de Pironio fue esta frase que lo muestra entero:
“El Señor te llama,
la Iglesia te envía, los hombres te necesitan, el Espíritu Santo te ilumina y
fortalece... solo hace falta que seas gozosamente fiel, como María”.
De la presencia de María brotaron su “fiat”; su sí y su “Magnificat”. Y hoy, su
gozo, su “Magnificat”, desde el cielo deben ser aún más grandes al contemplar a
América Latina, el continente de la esperanza regalándole a la Iglesia Universal
desde su rico y encarnado magisterio, el proyecto de una Iglesia renovada,
comprometida con los pobres; una Iglesia orante, fraterna y, por encima de todo,
misionera.
La pasión de su corazón por el “hombre nuevo” hecha profecía, hoy van tomando
cuerpo. Hoy su clara intuición evangelizadora, su mirar esperanzador, su amor
por el laicado tienen nombre.
Hoy su figura de pastor bueno se agiganta ante
nuestros ojos al descubrir que la misión no se puede llevar adelante sin la
misericordia. Evangelización y misión, no de palabras ni de papeles, sino de
gestos, como fue su paso por la vida de la Iglesia, un andar preñado de gestos de
ternura.
Hoy su gozo es más grande porque el laicado al que amó y promovió, tiene un
lugar determinante en el acontecer de la Iglesia. Hoy su corazón de Padre tiene a
sus hijos de la Acción Católica trabajando por una Iglesia en salida :“Una Iglesia
fiel a sus orígenes y al Señor; una Iglesia renovada a la luz del Concilio; una
Iglesia del diálogo y la comunión; una Iglesia al servicio de la liberación del
hombre. Si así debe ser la Iglesia así debe ser la Acción Católica, con la
impronta de la ‘diocesaneidad’.
No se entiende un miembro de la Acción
Católica desvinculado de su parroquia ni de su diócesis. Esto no sólo
afectivamente sino también efectivamente; es decir, participando de los planes
pastorales y de la impronta de la Iglesia particular.
Hoy te damos gracias por tu paso por la Iglesia, nos invitaste una y otra vez a la
santidad… “levántense cada día con la seguridad de haber sido llamados a ser
santos, y acuéstense cada noche con la certeza de haber sido perdonados”
Creemos, esperamos y pedimos que tu testimonio de santidad ilumine y alcance a
todos los hombres en la Iglesia, así como nos alcanzó a nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario