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Forum Internacional de Jóvenes - Argentina
Buenos Aires, 9 de abril de 1987
UNA EVANGELIZACION PARA LA CONSTRUCCION
DE UNA NUEVA SOCIEDAD
"Les escribo a ustedes, jóvenes, porque ustedes son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno" (1 Jn.2,14).
Por Cardenal Eduardo Pironio
Nos encontramos evidentemente, frente a una juventud nueva: más profunda, reflexiva y orante, más sensible a los problemas de la libertad y la justicia, más deseosa de participar en la vida de la Iglesia y en la construcción de la sociedad. Una juventud que quiere comprometerse en una "nueva evangelización", con plena fidelidad a Jesucristo y al hombre.
La celebración de la Jornada Mundial en Buenos Aires -en un continente de cruz y de esperanza, como es América Latina- presenta a los jóvenes un triple desafío: a su oración, a su esperanza, a su amor. Para ello trataremos de reflexionar juntos, a la luz del Evangelio, y de hacer de nuestra vida una opción fundamental por Jesucristo y su Evangelio.
Comenzamos por recordar y asumir dos textos del Evangelio: el primero relativo a Jesús, el segundo a la responsabilidad evangelizadora que recibimos, como Iglesia, de Jesús:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc.4,18- 19).
Una contemplación sobre Jesús -sobre su Persona, su Palabra y su Obra redentora- nos revela que "Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena" (E.N. 7). Todo en Jesús - su Encarnación, sus milagros, sus enseñanzas, su misterio pascual- "forman parte de su actividad evangelizadora" (E.N. 6).
Esto nos enseña ya una cosa fundamental: que la evangelización no es una actividad provisoria, circunstancial o parcial de nuestra vida. Todo en nosotros -nuestra adoración y nuestro servicio, nuestra ocupación cotidiana y nuestro trabajo apostólico, nuestra alegría y nuestro sufrimiento- es esencialmente evangelizador. Somos o no somos evangelizadores; como somos o no somos cristianos. Esto es importante tenerlo presente ahora cuando el Papa Juan Pablo II nos està impulsando fuertemente a una "nueva evangelización". En realidad, nos está invitando urgentemente a ser cristianos: a dejarnos evangelizar, a dejarnos convertir, a comprometernos más seriamente con Jesucristo y los hermanos.
Pero el texto que hemos citado nos habla, además, de tres realidades que se dieron en Jesús y que tienen que darse en nosotros si queremos heredar de veras, como Iglesia, la misión evangelizadora de Jesús: el Espíritu Santo, la Buena Noticia, los pobres.
- El Espíritu Santo que consagra por la unción. Lo hemos recibido por el Bautismo y la Confirmación (los Obispos, los presbíteros, los diáconos lo hemos recibido, además, por el Orden). Es el Espíritu de la santidad y de la evangelización, de la palabra y del testimonio. "Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos" (Hechos 1,8). Es el Espíritu que nos introduce en la Palabra que hemos de anunciar y en el corazón del hombre destinatario de nuestra evangelización.
-La Buena Noticia: es la proclamación del Reino, con sus exigencias de conversión (cfr. Mc.1,15), es el anuncio de la alegría de la salvación. Para nosotros, es el anuncio de Jesucristo "el Salvador del mundo" (Jn.4,42), Jesucristo Camino, Verdad y Vida, Jesucristo muerto y resucitado, Jesucristo "crucificado: fuerza y sabiduría de Dios" (1 Cor.1,23-24).
-Los pobres (los cautivos, los ciegos, los oprimidos): son los primeros destinatarios del Evangelio de Jesús; porque son los más disponibles para recibir el don de la Buena Noticia y acoger en su corazón el Reino (cfr. Mt.5,3). Así se identificó Jesús ante los dos discípulos de Juan enviados para saber si era él quien había de venir o deberían esperar a otro: "Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres" (Lc. 7,22).
El compromiso liberador de Jesús con los pobres y todos los que sufren es el signo más evidente de su misión evangelizadora. Lo debe ser, también, para nosotros. Pero volveremos más tarde sobre este punto. Entre tanto anotemos que no puede haber "nueva evangelización" , sin una nueva efusión del Espíritu Santo que nos ayude a penetrar sabrosa y contemplativamente la Palabra de Dios y simultáneamente nos dé una honda capacidad para descubrir y servir a Cristo en los pobres. El Espíritu Santo, la Buena Noticia, los pobres: son tres elementos claves para una "nueva evangelización".
El Segundo texto evangélico se refiere a nuestra esencial misión evangelizadora, como Iglesia, que recibimos de Jesús el primer evangelizador:
"Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación" (Mc.16,16).
El texto paralelo de Mateo completa: "Yo estaré siempre con ustedes hasta el final del mundo" (Mt.28,18-20). Como queriendo decir: "Yo soy siempre el mismo, el principio y el fin; no tengan miedo, pero ustedes vayan renovando, de acuerdo a los tiempos nuevos, mi invariable mensaje de salvación.
La orden dada por Jesús a los Doce "vale, también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (E.N. 13). La misión esencial de la Iglesia es la de la evangelización. "Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar" (E.N.14)
Esto es importante subrayarlo hoy en que se quiere animar y promover la participación de los fieles laicos en la misión global evangelizadora de la Iglesia. Cuando hablo de la "misión global" evangelizadora de la Iglesia, con respecto a los laicos, me refiero a la unidad indisoluble de estas dos tareas de los laicos: construir la comunidad cristiana y edificar la ciudad de los hombres.
El último Sínodo extraordinario insiste en la urgencia de esta misión evangelizadora de la Iglesia: "La evangelización es la primera función no sólo de los Obispos, sino también de los presbíteros y diáconos, más aún de todos los fieles cristianos... Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática" (R.F. II,B,a,2).
Tal como se formula el título de la ponencia -"Una nueva evangelización para la construcción de una nueva sociedad"- nos sugiere tres observaciones previas:
a.- que se trata de anunciar de nuevo a Jesucristo y Jesucristo crucificado a los hombres de hoy;
b.- que este anuncio de Jesús tiende a la conversión del hombre (llegar a crear "el hombre nuevo") para la construcción de una nueva sociedad;
c.- que no se trata de volver a una "nueva cristiandad" sino de procurar que el fermento del Evangelio penetre en todas las culturas, las asuma en su propia identidad y logre formar con todos los pueblos una nueva civilización de la verdad y del amor. Se trata de "proponer una nueva síntesis creativa entre Evangelio y vida" (Juan Pablo II, 11/10/85).
I.- Una nueva Evangelización
El Papa Juan Pablo II la propone constantemente con particular urgencia. Habla de una "nueva evangelización" o de una "evangelización renovada". A los Obispos del CELAM en Haití les dice: "La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". Y más adelante, cuando explica algunos "presupuestos fundamentales para la nueva evangelización", habla así: "El segundo aspecto mira a los laicos. No solamente la carencia de sacerdotes, sino también y sobre todo la autocomprensión de la Iglesia en América Latina, a la luz del Vaticano II y de Puebla, hablan con fuerza sobre el lugar de los laicos en la Iglesia y en la sociedad. El aproximarse del 500 aniversario de vuestra evangelización debe encontrar a los obispos, juntamente con sus Iglesias, empeñados en formar un número creciente de laicos prontos a colaborar eficazmente en la obra evangelizadora" (Juan Pablo II, 9/3/1983).
Quizás los dos discursos principales del Santo Padre sobre la "nueva evangelización" sean los dirigidos a los obispos de América Latina, en Santo Domingo, con motivo de la iniciación del novenario de años preparatorio al V Centenario de la primera evangelización (11 y 12 de octubre de 1984) y al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (11 de octubre de 1985).
En ambos casos, me parece, se trata de dos cosas: de ahondar en las riquezas invariables de la primera evangelización (raíces comunes que, particularmente en el caso de América Latina, llegan a formar el "substrato cultural católico" de sus pueblos) y de penetrar evangélicamente en la cambiada realidad histórica y en la dramática situación del hombre que debe ser evangelizado. El mundo al que somos enviados (el Papa habla entonces de Europa) "ha sufrido tales y tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y económicas, que es preciso plantear el problema de la evangelización en términos totalmente nuevos" (Juan Pablo II, Simposio CCEE., 11/10/85).
En Santo Domingo el Papa afirma: "América Latina está ante una gran prueba histórica. Por ello, la Iglesia ve en este Jubileo un llamamiento a un nuevo esfuerzo creador en su evangelización. Ella que va profundizando constantemente en el Evangelio" (Juan Pablo II, Sto. Domingo, 12/10/84).
Tratando de penetrar el sentido de esta "nueva evangelización" yo trataría de señalar los siguientes puntos:
1.- ante todo una "lectura evangélica" de la historia, que tratara de descubrir los "nuevos signos de los tiempos", la historia concreta que viven los hombres y los pueblos. Sólo así "la Palabra de salvación", que es el Evangelio, podrá ser proclamada y recibida como la Buena Noticia. Esto nos llevaría a profundizar -comunitariamente y desde la fe- las situaciones de crisis y de esperanzas que viven nuestros pueblos. Pienso por ejemplo en lo siguiente:
a- la situación generalizada del hambre y la miseria, de la injusticia y la opresión, del terrorismo, el odio y la violencia. La grave cuestión social que ha cobrado una dimensión mundial. ¿Cuáles son los nuevos pobres y cómo tenemos que evangelizarlos? "Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos" (P.P.3);
b- el fenómeno del secularismo que encierra al hombre en sí mismo, quitándole el horizonte de la trascendencia, y lo condena a la soledad, al vacío, a la muerte. En definitiva, "la muerte de Dios" termina siendo trágicamente "la muerte del hombre".
El único punto en que la vida del hombre puede encontrar sentido a su existencia es la afirmación de un Dios personal, cercano e íntimo, creador y redentor. Por eso la necesidad de predicar - con nuevo ardor y nuevos métodos- la verdad de Jesucristo, el Hombre Nuevo. Sólo así comprenderemos el misterio del hombre porque "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (G.S. 22). El único punto, también, en que los hombres pueden reconocer y vivir su condición de hermanos, su solidariedad y su unidad fundamental, es la gozosa reafirmación de que Dios es nuestro Padre "y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn. 4,16). La profundización del tema de la Jornada Mundial es esencial para un renovado compromiso evangelizador.
Afortunadamente, como lo afirmó el Sínodo Extraordinario de 1985, "no obstante el secularismo, existen también signos de una vuelta a lo sagrado. Hoy se registran signos de una nueva hambre y una nueva sed de lo trascendente y divino. Para cooperar en esta vuelta a lo sagrado y para superar el secularismo, debemos abrir accesos a la dimensión de lo "divino" o del misterio y ofrecer a los hombres de nuestro tiempo los preámbulos de la fe" (R.F. II,A,1).
Concretamente esta vuelta a lo sagrado, esta hambre y sed de Dios, esta necesidad de oración -de adorar a Cristo y de invocar a María- se manifiesta providencialmente en las generaciones jóvenes. Hay que ayudarles a hacer este camino sorprendente y difícil y aprender de ellos la frescura, la originalidad y la alegría de haber descubierto a Cristo, a María y el valor de la oración.
c- la sociedad "pluralista" en que debe ser anunciada, recibida y comprometida nuestra fe. No es tarea fácil; quizás lo sea todavía en pequeños pueblos de campaña donde todo es más simple y solidario, y donde Dios se revela más fácilmente a los humildes y pequeños (cfr. Lc. 10,21). Pero el problema se complica en las grandes metrópolis donde todo es más anónimo, más diluido, más ambiguo. El lenguaje no es a veces el mismo y los signos son diferentes. ¿Cómo predicar a Jesucristo crucificado en un ambiente pluralista, donde la misma presentación de la fe puede ser interpretada de manera diferente y hasta contrariamente opuesta? ¿Qué significa, a veces, la palabra paz, reconciliación, amor? ¿Cómo hacer comprender que la reconciliación no se opone a la verdad, ni el amor a la justicia? ¿Qué significa la libertad y la liberación integral? ¿Cómo se entiende una sincera revisión de vida, un cambio de mentalidad, una profunda conversión del corazón? Dentro de una sociedad consumista ¿puede hablarse de austeridad y de sacrificio, de alegría de la cruz, del desprendimiento y de la donación?
d- para una nueva evangelización hace falta comprender las transformaciones profundas que nos trae el vertiginoso avance de la técnica y la ciencia, sobre todo en el campo de la informática (que incide poderosamente en la educación y la cultura) y de la bio-genética (con todos los problemas éticos y morales de una manipulación de la vida humana y de los valores esenciales del hombre);
e- finalmente, la propuesta de una civilización de muerte frente a una cultura de la vida, donde se multiplican - gracias a la técnica deshumanizada del hombre- la soledad y el miedo, el desempleo y la evasión (droga, alcoholismo), la absurda carrera armamentista, el peligro de guerra y de autodestrucción.
2.- Luego -pero contemporáneamente con el primer punto- una "nueva evangelización" supondría un ahondamiento en el Misterio de Cristo: su persona, su obra, su palabra. Sin una fuerte y clara afirmación de Cristo, no podemos hablar de evangelización.
Lamentablemente hubo movimientos apostólicos -de firme origen cristiano y maravillosa tradición apostólica- que se vaciaron de Cristo y de la Iglesia y se diluyeron en una pura presencia sociológica, sin horizonte de Evangelio y mezclados en una lucha de clases, totalmente ajena al espíritu de Cristo y su Misterio de salvación.
Una "nueva evangelización" exige, ciertamente, una mayor conciencia del sufrimiento del hombre, una presencia más comprometida con su concreta situación histórica y una auténtica solidariedad cristiana; pero siempre desde "la fuerza de la cruz" y "la potencia del Evangelio". Pablo escribe desde la cárcel a su querido hijo Timoteo: "No te avergüences del testimonio de Nuestro Señor... Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios" (2 Tim.1,8). Y un poco más adelante le recuerda: "Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada" (2 Tim.2,8-9).
Una "nueva evangelización" es una proclamación más clara, más honda y más concreta de Jesucristo "el Salvador del mundo" (Jn.4,42). Hecha con "nuevo ardor", es decir, desde la pasión del Espíritu Santo y como experimentando "el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom.8,39) y "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom.5,5).
El último Sínodo Extraordinario (1985) ha vuelto a insistir en la "centralidad" del misterio de Cristo. "La misión primaria de la Iglesia bajo el impulso del Espíritu Divino es predicar y testificar la buena y alegre noticia de la elección, la misericordia y la caridad de Dios, que se manifiestan en la historia de la salvación y que llegan a su culmen en la plenitud de los tiempos por Jesucristo, y ofrecerles y comunicarlas a los hombres como salvación por la fuerza del Espíritu Santo. ¡La luz de las gentes es Cristo! La iglesia, al anunciar el Evangelio, debe procurar que esta luz resplandezca claramente sobre su rostro" (R.F. II,A,2).
Cuando hablamos de la centralidad de Cristo para una nueva evangelización no pretendemos "extranear" al cristiano -en este caso, al joven- de los acontecimientos de la historia y del sufrimiento de los hombres. Al contrario: queremos infundirle un gran enamoramiento de Cristo - en quien sólo está la salvación- y una grande capacidad de contemplación y de servicio para encontrarlo cotidianamente en el pobre ("tenía hambre... estaba enfermo o encarcelado...", etc. Mt.25).
3.- Esto nos lleva a una última reflexión sobre el sentido y la urgencia de una "nueva evangelización": el cambio interior del hombre y la transformación de la sociedad. La proclamación del Evangelio -con la palabra, el testimonio y las obras- tiende esencialmente a la conversión y al compromiso concreto de la fe; una nueva evangelización tiene que llevar al cristiano a una más clara y consistente coherencia de vida. La Buena Noticia de Jesús exige necesariamente "hombres nuevos" para "nuevas estructuras". "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia" (Mc.1,15).
La conciencia de una dramática situación histórica - marcada por la cruz del hambre y la violencia, por los gravísimos desequilibrios sociales, económicos y políticos-, la experiencia y solidariedad con el sufrimiento humano, la penetración más honda y comunitaria (más eclesial) en la totalidad del Misterio de Cristo, nos llevan necesariamente a subrayar la eficacia y fecundidad (también la urgencia y universalidad) de una "nueva evangelización": una evangelización más directamente comprometida con el hombre y con la liberación integral de los pueblos.
Pablo VI nos dice: "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad... La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (E.N. 18).
Juan Pablo II les dice a los Obispos europeos: " La Iglesia está llamada a dar un alma a la sociedad moderna... y la Iglesia debe infundir esta alma no desde arriba y desde fuera, sino pasando dentro, acercándose al hombre de hoy. Se impone, pues, la presencia activa y la participación intensa en la vida del hombre" (11/10/85).
Una evangelización así -comprometida desde dentro con la transformación de la sociedad- exige de la Iglesia estas tres actitudes:
a- dejarse evangelizar por el Señor en un constante y renovado espíritu de conversión. "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma... La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II ha recordado y el Sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza, a través de una conversión y una renovación constantes, para evangelizar el mundo de manera creíble" (E.N.15).
No se trata de vivir en una enfermiza autocrítica, sino de examinarse serena y lealmente sobre la fidelidad al Señor y a los hombres; por ejemplo en estos tres puntos:
- la penetración, la contemplación y la comunicación de la Palabra de Dios (fidelidad a la Verdad);
- la búsqueda y el esfuerzo por crear y conservar la unidad eclesial (fidelidad a la comunión eclesial), inserción de los movimientos y asociaciones en la pastoral de las Iglesias locales;
- la preocupación evangélica por los pobres y los que sufren; es la nota distintiva de nuestra evangelización: nos envía el Señor a llevar a los pobres la Buena Noticia de Jesús. San Pablo escribe a los Gálatas: "Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres, lo que siempre he tratado de hacer" (Gal.2,10).
b- vivir el Misterio de la Encarnación de Jesús: lo cual supone, como en Jesús, anonadamiento, presencia y muerte (disponibilidad para dar la vida). Ciertamente los laicos tienen aquí una responsabilidad especial, dado su peculiar carácter secular, que los compromete a cambiar el mundo "como desde dentro, a modo de fermento" (L.G.31). Pero la encarnación y la presencia, son para toda la Iglesia (también para los obispos, sacerdotes y religiosos) exigencia fundamental de una evangelización eficaz y transformadora; toda la Iglesia es enviada al mundo como "sacramento universal de salvación";
c- unir indisolublemente la evangelización con la promoción humana y la liberación integral de todos los hombres y todos los pueblos. "La evangelización lleva consigo un mensaje explícito... sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz , la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente riguroso en nuestros días, sobre la liberación" (E.N.29,cfr.30-39).
Juan Pablo II, en sus discursos en Santo Domingo, el 11 y 12 de octubre de 1984, puntualizó el sentido evangélico de la "opción preferencial por los pobres" y la dimensión evangelizadora de la "liberación social" "de las muchedumbres desposeídas".
Simplemente quiero precisar y sintetizar lo siguiente:
- que una verdadera evangelización supone un compromiso -coherencia de fe- con la opción por los pobres, la promoción humana y la liberación integral de todo el hombre y todos los pueblos;
- que esta liberación -fruto de la Redención de Cristo- supone, ante todo, la verdadera libertad de los hijos de Dios: liberados del pecado y sus consecuencias, revestidos de Jesús, "el Hombre Nuevo", en camino hacia la definitiva liberación de los hijos adoptivos de Dios, de toda la humanidad y toda la creación cuando se manifieste totalmente la gloria de Dios y seremos definitivamente libres (cfr. Rom. 8,18-25); una verdadera liberación lleva a una "nueva creación" en Cristo (cfr. 2 Cor.5,17; Ef.2,10);
- que la verdadera "opción por los pobres" y el trabajo por "la liberación de los hombres y los pueblos", sólo pasa a través de las bienaventuranzas evangélicas y del Misterio Pascual de Jesús. No podemos quitar al Evangelio su dimensión social y terrena, pero debemos constantemente reafirmar su esencial dimensión de interioridad, de trascendencia y de escatología.
II.- La Civilización del Amor
Pablo VI y Juan Pablo II han hablado de una nueva civilización del amor, como fruto de una nueva evangelización. De hecho Juan Pablo II termina casi su discurso en Santo Domingo, a los Obispos de América Latina, con estas palabras: "El próximo centenario del descubrimiento y de la primera evangelización nos convoca pues a una nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor -como la de los orígenes- un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina, un gran futuro de esperanza. Ese tiene un nombre: "la civilización del amor"... "Una nueva civilización que está ya inscrita en el mismo nacimiento de América Latina; que se va gestando entre lágrimas y sufrimientos; que espera la plena manifestación de la fuerza de libertad y liberación de los hijos de Dios; que realice la vocación originaria de una América Latina llamada a plasmar -como afirmaba Pablo VI ya en 1966- en una "síntesis nueva y genial lo espiritual y lo temporal, lo antiguo y lo moderno, los que otros te han dado y tu propia originalidad". En síntesis, un testimonio de una "novísima civilización cristiana" (Juan Pablo II, 12/10/84).
1.- ¿Cuáles serían los elementos esenciales de esa "novísima civilización del amor"? Pensamos en las aspiraciones fundamentales de los jóvenes de hoy:
-la verdad: frente al error y la mentira, la superficialidad, la confusión, la ambigüedad; "la verdad los hará libres" (Jn. 8,32). "Por su obediencia a la verdad, ustedes se han purificado para amarse sinceramente come hermanos" (1 Pd.1,22);
-la libertad: frente a toda forma de opresión, de esclavitud y de miedo. "Esta es la libertad con que Cristo nos ha liberado" (Gal.5,1); hay que subrayar muy fuertemente la verdadera libertad interior como capacidad de desprendimiento y como fuerza de liberación;
-la justicia, el respeto y la defensa de los derechos humanos; "felices los que tienen hambre y sed de justicia" (Mt.5,6);
-la vida: contra toda forma de violencia (personal, social o estructurada). La vida en toda su riqueza humana, cultural y espiritual; en toda su dimensión terrestre y eterna (desde la concepción hasta la muerte);
-el amor: universal, a todos los hombres, particularmente a los más pobres y necesitados. Necesidad de descubrir "quién es mi prójimo" (cfr. Lc.10, 29-37) y cómo servir al Señor en los más abandonados (cfr. Mt.25). Necesidad de hacer un fuerte llamado a la reconciliación, al perdón, al amor a los enemigos (cfr. Mt.5,43- 48);
-la paz: "felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt.5,9). Una paz que es fruto de la libertad, la justicia y el amor, pero que, sobre todo, es don gratuito de Dios y supone la oración del humilde y la conversión del corazón. Hace 20 años el Papa Pablo VI nos llamaba urgentemente a una acción solidaria en favor de la paz. "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz" (P.P.). "Hay que darse prisa", nos decía; no sea que lleguemos demasiado tarde.
2.- ¿Como contribuir concretamente, desde la condición del joven, a la construcción de la civilización del amor?
Asumiendo plenamente el lema propuesto por el Papa para estos días: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn.4,16).
El lema es, ante todo, un grito de esperanza frente a una "cultura de crisis". Es cierto que la situación es grave, sobre todo en determinados países, pero hay que comprometer nuestras fuerzas en una dimensión de esperanza. En lugar de quedarnos contemplando las ruinas, entre lágrimas, hemos de empezar a construir en el esfuerzo, en el amor, en el sacrificio. Saber dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 Pd.3,15); de esa "esperanza que no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom.5,5).
Lo primero que se nos pide es que creamos de veras en el amor que Dios nos tiene. Creer no es sólo tener fe, sino entregarse al amor. Dejarse penetrar por él. Eso cambia la vida: nos da seguridad en la cercanía e intimidad de Dios, en la acción transformadora de su providencia, en la infalible actividad del Espíritu Santo en nosotros. De otro modo estaríamos condenados a una inevitable y permanente derrota. Creer en el amor es saber que no vamos solos en la ruta.
Por otra parte "una nueva evangelización" tiene que centrarse, como dijimos antes, en "el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Nuestro Señor". Confiar en el amor de Dios y transmitirlo a los demás como una experiencia profunda, contínua, irresistible. Eso cambia una vida -la hace serena, fuerte y comprometida- e invita a cambiar a los demás.
Pero el lema fijado por el Papa (las estupendas palabras de San Juan) nos propone todavía una doble dimensión de nuestro trabajo por la civilización del amor: la fraternidad evangélica y la solidaridad humana. Lo primero nos invita a salir de nuestra soledad y nuestro egoísmo para vivir, en comunidad cristiana, nuestro testimonio y nuestro compromiso para cambiar la sociedad. Se trata de ofrecer, en pequeño y en lo concreto de cada día, cómo sería una sociedad en la que el alma fuera la sinceridad del amor. Lo segundo nos obliga a tener una particular sensibilidad humana frente al dolor, el sufrimiento, la desesperanza de los otros. La solidaridad humana nos invita, como al buen samaritano, a detenernos junto a cualquier "necesitado" (no importa el nombre, la religión, la condición social) y ofrecerle lo que tenemos: sobre todo lo que somos y el tiempo que nos hace falta.
Fraternidad y solidaridad son dos puntos esenciales en nuestro trabajo por una nueva sociedad cuyo eje central no puede ser el cálculo interesado o la ambición del poder y la riqueza, sino el amor y el servicio;
3.- Un punto especial que preocupa hoy a los jóvenes: ¿qué podemos hacer por la paz? Por de pronto, no esperar al tercer milenio; ponerse a la obra desde ya. La paz nace del interior y va madurando en corazones pacificados. "Trabajar por la paz" es, ante todo, vivir un estilo de vida evangélico basado precisamente en el amor. Por eso hay todo un proceso educativo y formativo para la paz (indudablemente ciertas presentaciones de los medios de comunicación -innecesariamente violentas- no ayudan a una profunda educación para la paz). Hay que vivir con clara conciencia del pasado, justa fidelidad a lo presente y esperanzada profecía del futuro.
"Estilo de vida evangélico" que lleva necesariamente a descubrir el rostro de Cristo en los pobres y la imagen de Dios en cada hombre. Esto nos lleva a una actitud de desprendimiento y de servicio, de reconocimiento y respeto de los derechos humanos; nos saca de nuestra indiferencia y pasividad y nos da coraje para asumir con disponibilidad la vocación de servicio que el Señor ha dispuesto para nosotros (no la que nosotros hubiéramos elegido para nuestra comodidad, nuestro prestigio o nuestra fortuna material). Ciertamente es ahora el momento para descubrir con lucidez y asumir con generosidad la vocación de "operadores de la paz", que los jóvenes de hoy tendrán que realizar dentro de poco, como los primeros responsables y protagonistas de una nueva sociedad. Pero repito que la paz no se improvisa ni se impone desde afuera: depende de todos, nace adentro y se traduce en compromisos concretos de justicia, de libertad y de amor. Un camino de paz para los jóvenes es el desprendimiento, la austeridad y la pobreza, la participación, la solidariedad y el amor verdaderamente cristiano: como Cristo nos amó.
III.- Nuestra Juventud
Volvemos ahora más directamente a los jóvenes. Lo que hemos dicho hasta ahora es evidentemente una reflexión para ellos. Si hablamos de "nueva evangelización" y "civilización del amor", hemos pensado especialmente en ellos: en su fuerza creativa, en su disponibilidad evangélica, en su particular responsabilidad en esta hora de la Iglesia y del mundo. Pero ahora deseo subrayar algunas actitudes positivas que me parecen fundamentales y que yo propondría para ser ahondadas y completadas en los trabajos en grupos (a la luz, siempre, de lo que hemos dicho en los dos puntos precedentes).
1.- Ante todo quiero recordar tres textos -uno del Concilio, otro de Pablo VI y otro de Juan Pablo II- que comprometen particularmente a los jóvenes en el trabajo eclesial para "una nueva evangelización" y "una civilización del amor".
a-El Concilio. Es impresionante como el último mensaje del Concilio -como si fuera la síntesis y lo decisivo, como el testamento del Concilio- esté dirigido a los jóvenes: "Finalmente, es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvareis o pereceréis con ella... Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores" (Concilio, "Mensaje a los Jóvenes", 1 y 5).
Esa generación de jóvenes siguió entonces con interés, con entusiasmo y con esperanza, día tras día, las deliberaciones y conclusiones del Concilio. Esos jóvenes son hoy adultos (muchos, quizás, son vuestros pastores o vuestros asistentes, son vuestros padres o vuestros maestros). Una doble pregunta surge espontánea: ¿han sabido formar un mundo mejor que el de sus mayores? ¿han sabido transmitir a sus hijos, que son ustedes, la antorcha, la responsabilidad, el mensaje del Concilio? Yo pregunto a los jóvenes -que son la primera generación post-conciliar- ¿Conocen el Concilio? ¿Han penetrado su letra y su espíritu? ¿Saben que el Concilio ha sido la mayor gracia de Dios en este siglo que está por terminar y el mejor don del Espíritu Santo a la Iglesia y a la humanidad? (cfr. R.F. I,2).
b- Pablo VI: "Es necesario que los jóvenes, bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los apóstoles de la juventud. La Iglesia espera mucho de ellos" (E.N. 72). Los jóvenes constituyen actualmente la esperanza de la Iglesia (son presencia y camino de una Iglesia evangelizadora); por eso la responsabilidad de ser hoy, desde el corazón de la comunidad eclesial, apóstoles, testigos y profetas. Por eso, también, la necesidad de una sólida y permanente formación en la fe (que los lleve a una contínua conversión y fidelidad al Señor) y de una profunda vida de oración (que los lleve a ser discípulos del Señor, permanentemente evangelizados por su Palabra, con una gran capacidad de contemplación y de oración).
c- Juan Pablo II. Al inaugurar la novena de años de preparación para el V Centenario de la primera evangelización de América Latina, el Papa Juan Pablo II saluda así a los obispos y a los cristianos reunidos en Santo Domingo: "¡Con cuánto gozo saludo hoy a esta Iglesia evangelizadora y evangelizada, que en un gran impulso de creatividad y juventud ha logrado que casi la mitad de todos los católicos estén en América Latina! De esa juventud apostólica, llena de esperanza, quiere ser hoy testimonio la multitud de jóvenes, que nos acompañan en este estadio. En ellos veo representada a la juventud cristiana del Continente: ¡Salve, Iglesia joven, esperanza de América Latina" (Juan Pablo II, 12/10/84).
2.- Sin entrar en un análisis detallado de la situación de la juventud actual en el mundo y queriendo sólo subrayar algunas características positivas de nuestra juventud cristiana -que ayudarían al compromiso de los jóvenes en el camino de una "nueva evangelización" y de la construcción de la "civilización del amor"- yo señalaría esquemáticamente lo siguiente:
a- una particular sensibilidad por los problemas del hombre y la situación dramática de los pueblos en vía de desarrollo: hambre y miseria, desnutrición y muerte infantil, violación de los derechos humanos, injusticia y opresión, marginación, empobrecimiento de los pueblos, falta de justicia social en las relaciones internacionales entre los países ricos y los países pobres, gravedad de la deuda externa, falta de solidaridad y fraternidad universal;
b- precisamente por eso un compromiso evangélico por la justicia, la libertad y la liberación integral, la igualdad, la solidariedad con los que más sufren y verdadero sentido de caridad cristiana. Los jóvenes aman meditar especialmente estas páginas del Evangelio: las bienaventuranzas (como estilo de vida), el Padre Nuestro (como oración simple y esencial), el gran mandamiento del amor (en su concretes de la parábola del buen samaritano -Lucas 10- y del juicio final en el amor -Mt.25-);
c-una verdadera "opción preferencial por los pobres", con todo lo que ello significa de descubrir al Señor en los que sufren, de hacerse solidarios con ellos, de dejarse evangelizar por ellos y de anunciarles la Buena Noticia de Jesús. Es interesante subrayar que los Obispos Latinoamericanos en Puebla hicieron esta doble opción pastoral: por los jóvenes y por los pobres;
d-una mayor hambre de Dios y su justicia, un deseo de oración y contemplación, un leer y gustar personal y comunitariamente la Palabra de Dios. Se trata de una juventud orante y reflexiva, que quiere dejarse evangelizar por la Palabra de Dios y quiere ser para los demás anuncio, testimonio y profecía de salvación;
e-precisamente por eso una juventud exigente: que quiere la autenticidad y la coherencia entre la fe y la vida, que desea participar activamente en la misión evangelizadora de la Iglesia y en la construcción de una nueva sociedad, que pide modelos de santidad en la Iglesia a la que pertenece y que forma.
3.- Esto nos lleva a una última reflexión sobre nuestra juventud en el proceso de una "nueva evangelización" para la construcción de 'la civilización del amor". Quiero señalar algunas exigencias concretas y urgentes:
a- la necesidad de santos:
Para esta "nueva edad de evangelización" -decía el Papa Juan Pablo II a los Obispos europeos- se requieren hoy evangelizadores particularmente preparados. Se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad... se necesitan nuevos santos" (Juan Pablo II, 11/10/85). Y antes Pablo VI: "El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de ese Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (E.N.76); Pablo VI habla de una "marca de santidad" -sin la cual "nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo"- hecha de "sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y pobres" (ibidem). La evangelización supone "testigos" y "profetas": hombres y mujeres pobres, desposeídos totalmente de sí mismos, fuertemente invadidos por el Espíritu Santo, con una gran capacidad de amor universal, de fraternidad, de servicio;
b- la oración y la contemplación:
vivir a la escucha de la Palabra de Dios, dejarse evangelizar por ella, acogerla en el silencio y la pobreza; una "nueva evangelización" exige hombres y mujeres con gran capacidad de silencio y de desierto, de adoración y de contemplación; ser capaces, como María, de acoger en la pobreza la Palabra de Dios y comunicarla en el silencio;
c- la alegría y la esperanza como fruto del amor de Dios, signo de la acción del Espíritu Santo y modo concreto de anunciar la Buena Nueva de la salvación. El mundo cree en la alegría serena y honda de los jóvenes que son testigos concretos del amor de Dios y saben dar constantemente razón de la esperanza que hay en ellos;
d-la comunión eclesial:
uno de los desafíos más fuertes que afronta "la nueva evangelización" es "el antitestimonio de ciertos cristianos incoherentes o las divisiones eclesiales" que "crean evidente escándalo en la comunidad cristiana" (Juan Pablo II, 12/10/84). Creo que uno de los frutos más concretos y evidentes de la preparación y celebración de la Jornada Mundial de la Juventud es el camino de comunión eclesial hecho por todos los jóvenes, las diferentes asociaciones, movimientos, grupos apostólicos o de espiritualidad. La misma celebración de la Jornada resulta así un momento privilegiado de evangelización;
e- espíritu de encarnación y de presencia, sobre todo en los ambientes más pobres y marginados. vivir en una dimensión fuertemente misionera. La "nueva civilización" exige una juventud orante, encarnada y misionera, totalmente fiel a Jesucristo y al hombre.
Conclusión
Para terminar, volvemos los ojos a María, "la estrella de la evangelización". "En nuestros pueblos -dicen los Obispos Latinoamericanos en Puebla-, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta" (Documento de Puebla 282).
Por eso "Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina" (ibid.290). Sin Ella no podríamos haber tenido a Jesús "el Evangelio de Dios". Ella hizo posible que la Palabra de Dios se hiciera carne y plantara su morada en medio de nosotros. Supo de silencio y soledad, de pobreza y de cruz, de amor y de servicio. Fue feliz porque creyó que se cumpliría en Ella la Palabra del Señor; fue la primera en la comunidad de los discípulos de Jesús, supo acoger en el silencio y la disponibilidad la Palabra de Dios y realizarla. Acompañó a los apóstoles en el Cenáculo, en fraternidad y oración, y recibió con ellos el Espíritu Santo de la promesa que descendió sobre la comunidad primitiva haciéndola evangelizadora y misionera. "Sea ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza" (E.N.81).
Con Ella y desde Ella profundizamos, contemplamos y cantamos la riqueza evangelizadora del Magnificat.
+Eduardo F. Card. Pironio
Forum Internacional sobre Juventud
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